Notas de un lector

Versos desde Asturias

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Bajo el título de “Última poesía en asturiano”, José Ángel Cilleruelo daba a la luz en 1994 una atractiva compilación que recogía, por aquel entonces, “la obra de una serie de poetas en lengua asturiana que han ido apareciendo en el curso de los años ochenta o principios de los noventa; y anhela únicamente despertar el interés más allá de su público natural”.


Casi veinte años después, releo aquellas líneas, mientras reposa a mi lado “Toma de tierra. Poetas en lengua asturiana. Antología (1975-2010)”, un grueso volumen que Ediciones Trea (Gijón, 2010) pone al servicio del lector y que reúne una variada muestra de treinta y ocho poetas que ofrecen “un panorama lo suficientemente amplio de la poesía escrita en asturiano en las tres última décadas y media, el período más brillante de una literatura apenas conocida fuera de nuestras fronteras del Principado”, tal y como reza en el meritorio estudio previo que firma José Luis Argüelles, responsable de la edición.

No cabe duda de que con la gozosa llegada de la democracia a nuestro país, la literatura autonómica comenzó a crecer de forma notable, sobre todo en aquellas comunidades que vieron reconocida en la Constitución la oficialidad de su lengua.

Con justificado desencanto, el propio Argüelles, expone en su prefacio cómo el asturiano se ha visto relegado de forma histórica, además de haber sido arrinconado para un uso meramente familiar y coloquial, reduciendo de manera considerable su potencial trascendencia.

Pero a pesar de su dificultades, el común esfuerzo de todos aquellos que han batallado en pos de una apuesta tan valiente como necesaria, ha permitido que desde 1974 hasta nuestros días, la literatura asturiana, y más en concreto, la poesía, haya venido edificando un importante movimiento, “Surdimentu”, que agrupa a un buen número de autores. Al margen de poder hallar en ellos unas concomitancias temáticas o estéticas, su común intención ha sido -y es- la de dotar a la lengua asturiana de una identidad y características propias. -Cabe resaltar, a su vez, el aspecto cuantitativo, pues si entre los siglos XVII, XVIII y XIX había ciento cuarenta y tres escritores censados, en tan sólo quince años, 1974-1989- se registraron ciento setenta-.

De tan abundante nómina, el antólogo ha espigado estos treinta y ocho nombres, nacidos entre 1940 y 1980, cada uno de los cuales ha seleccionado diez poemas en su lengua original además de su consiguiente traducción al castellano.

De los versos iniciales de Pablo Ardisana a los postreros de Vanesa Gutiérrez, hay, pues, cuatro décadas de variadísima producción que dan cuenta de una poesía en constante búsqueda y de un decir incisivo, cálido, nostálgico y solidario.

Aunque es menor la presencia femenina, las siete poetisas seleccionadas, dan también un preciso equilibrio a este amplísimo florilegio en el que hallamos muy bellos ejemplos de una lírica de múltiples tonalidades y sugestivos ecos.

A falta de poder ofrecer al completo la nómina de los aquí reunidos, queden, al menos, como simple botón de muestra los versos de Taresa Fernández Lorences: “Amo de las tierras/ la parte alta y las nubes/ buscando cielos intangibles/. Amo esa luz purísima del verano/ de donde nacen las sombras/. Febrero licuándose en musgo/ en los caminos…”.

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