En la lontananza, a poco más de un mes, se asoman las elecciones europeas. Sin apenas hacer ruido -ya tenemos suficiente-, los veintisiete países miembros se preparan para elegir a los 705 diputados que conformarán el Parlamento europeo.
Cinco años después, las últimas fueron en 2019, los administradores de las instituciones comunitarias se acuerdan de sus administrados. Los responsables de la Eurocámara se movilizan para solicitar el voto de los europeos ante unas elecciones que se antojan cruciales y sobre las que existe una honda preocupación: el crecimiento de populismos y extrema derecha.
La política, que emana del Parlamento y la Comisión Europea a través de su legislación y tratados, influye directamente sobre el día a día de los ciudadanos. Si alguien tiene duda, que le pregunte a los agricultores. Sin embargo, todo lo que procede de Bruselas suena como muy lejano, incluidas las ayudas.
La política de comunicación de los organismos comunitarios, al menos para con Andalucía que es el caso que yo conozco, es insuficiente. Comprendo que es muy difícil preparar una política de comunicación ad hoc para cada uno de los estados miembros y no digo nada sobre las regiones que lo integran, pero sigue dando la impresión de que nuestros mandatarios europeos tratan de preocuparse por sus habitantes cuando llega la cita con las urnas, que en este caso será el 9 de junio.
Ahora, escuchamos llamadas a la participación para tratar de superar la registrada en 2019 que en Europa fue del 50,66%. En España, superó la media en diez puntos al alcanzar el 60,73%, pero no podemos olvidar que coincidieron con municipales.
La importancia de estos comicios es similar a la magnitud de los retos que afrontará el Viejo Continente en los próximos años bajo la amenaza de Rusia. ¿Tendrá Europa una verdadera política común en materia de Defensa al margen de la Alianza Atlántica? Es una de las preguntas clave que los eurodiputados tendrán que responder en la próxima legislatura porque hay compromisos que ya son innegociables como la promoción del modo de vida europeo, la defensa de los derechos y valores de los ciudadanos y una Europa verde y adaptada a la era digital. Todo ello es intrínseco al orgullo de ser europeo, pero por favor no se acuerden de nosotros sólo cada cinco años. A buenas horas, mangas verdes.
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