Once militares integran el destacamento naval permanente de Alborán con la misión de defender la soberanía de la isla. Pero cada vez con mayor frecuencia deben auxiliar a los inmigrantes que arriban a este pequeño enclave situado a unos 50 kilómetros de la costa de Marruecos. Hace dos semanas tuvieron que hacer frente a la llegada de casi 200.
Los días 25 y 26 de febrero, en apenas 48 horas, 192 personas recalaron en la isla, de poco más de 600 metros de largo, en varias embarcaciones. El temporal en el mar impidió su traslado a la península, por lo que muchas de ellas permanecieron acogidas hasta diez días. Fue la mayor crisis de este tipo que ha vivido Alborán en toda su historia.
Prácticamente todos eran hombres, salvo una mujer, que fue evacuada en helicóptero a Almería en la primera jornada junto a cuatro menores de edad y un hombre que llegó con síntomas de hipotermia, que, a pesar de ser reanimado por los miembros del destacamento, falleció días después en el hospital.
"Sentimos miedo: eran 11 frente a 200"
La llegada de los migrantes marroquíes coincidió con la estancia de un equipo de trabajadores de Tragsa que están realizando obras de acondicionamiento. Algunos de ellos reconocieron ante la ministra de Defensa, Margarita Robles, de visita en Alborán este lunes, que al principio sintieron miedo. Y no por dudar de la profesionalidad de los militares, sino porque "eran once para doscientos".
Esta desproporción de fuerzas y el hecho de que la estancia de los migrantes se estaba alargando hizo necesario un refuerzo. Un grupo de diez legionarios se desplazaron desde Melilla para ayudar, uno de los cuales hablaba árabe.
Poder comunicarse con ellos en su propia lengua creó un clima de confianza que hizo más fácil la situación. Aunque no eran violentos, después de días de convivir en condiciones no especialmente confortables se corría el riesgo de que se produjeran rencillas.
La capacidad de la isla para mantenerlos bajo techo es muy limitada, por lo que algunos durmieron en colchones esparcidos por el suelo en unas casetas, pero la mayoría tuvieron que hacerlo a la intemperie en sacos de dormir. Más allá de 40 o 50 personas acogidas no es operativo, según el jefe del Mando de Operaciones Terrestres, el teniente general Julio Salom.
El nerviosismo apareció al cuarto día
A partir del cuarto o quinto día el nerviosismo hizo acto de presencia y empezaron a robarse la comida entre ellos, pero sin que se produjese ningún acto violento.
Los migrantes, casi todos procedentes de zonas cercanas a Nador, contaron que habían pagado entre 10.000 y 12.000 euros por el traslado en narcolanchas. Acuerdan el precio, pero el dinero se lo quedan las familias y no pagan hasta que tienen una prueba fehaciente (una foto) de que están sanos y salvos en España.
No sabían de donde habían partido las embarcaciones porque durante dos días les tuvieron caminando por la montaña con los ojos tapados para desorientarles y, aunque en principio el viaje tenía que acabar en Almería, debido al temporal los miembros de las mafias que se encargan de trasladarles decidieron dejarlos en Alborán.
El destacamento normalmente está formado por un oficial, dos suboficiales, tres marineros y tres efectivos de infantería de marina, que permanecen en la isla un mes antes de ser relevados por otro grupo. En estos momentos, tres de los once son mujeres: una sargento primero y dos de tropa.
El oficial al mando del actual, el capitán Ignacio Iturrioz, explica que no se pueden oponer al desembarco porque les pueden tirar al agua y no disponen de capacidad para el rescate.
Normalmente la embarcación deja a los migrantes a pie de playa en un risco. Una vez que se produce el avistamiento, se da la voz de alarma y se activan los equipos de registro y acogida siguiendo un protocolo estandarizado.
Se les da ropa seca (un chándal), se les numera y se les retiran sus posesiones (dinero, móvil, etc) para evitar robos entre ellos. Los objetos se guardan en una bolsa a la que se le asigna el número del migrante y éste firma un papel en el que se detalla la relación de enseres, que les serán devueltos una vez lleguen a la península.
Reciben también raciones de comida de combate y siempre disponen de algunas latas halal para aquellos que se niegan a comer si no se ha seguido este ritual en el sacrificio del animal.
Las latas las abren los propios militares para evitar que caigan en la tentación de quedarse con las tapas y se conviertan en una amenaza. En el registro a la llegada se encontraron cuatro armas blancas que les fueron retiradas.
Normalmente la estancia en la isla es de horas o como máximo una noche. El destacamento no se encarga del traslado porque no es su competencia, sino que lo llevan a cabo Salvamento Marítimo y la Guardia Civil.
José Fernando, 26 "alboranes" en 19 años de servicio
El fenómeno de la inmigración lleva años afectando a Alborán, pero como cuenta a EFE el soldado de infantería José Fernando Espinosa de los Monteros, antes llegaban en pateras de forma más escalonada, en un número más reducido y no planteaban ningún problema.
La situación se ha agravado con la entrada en escena de las narcolanchas, mucho más rápidas y con mayor capacidad (hasta 45 personas), un hecho del que ha sido testigo este militar destinado en la Policía Naval del Tercio Sur, San Fernando (Cádiz), y con 26 "alboranes" en su currículum tras 19 años de servicio.
"Ahora hacemos un trabajo más policial", asegura Espinosa de los Monteros, quien precisa que la llegada es aleatoria. "Hay días que pueden llegar tres embarcaciones y juntarnos con 60 o 70 migrantes".
Durante todos estas rotaciones, ha vivido numerosas anécdotas, algunas buenas y otras "muy malas", como cuando llegó un menor de 17 años con problemas de asma al que tuvieron que reanimar al entrar en parada. "Fue una situación crítica porque lo perdíamos, lo recuperabámos...".
En la semana que lleva el actual destacamento, del que este infante de marina forma parte, no se ha producido ningún desembarco.
De "destino singular" califica Alborán el cabo primero Manolo Díaz, otro de los habituales del destacamento, aunque reconoce que la inmigración "nos está fastidiando un poquito, porque antes venían en la típica patera y hoy en narcolanchas, que es como un taxi: en una hora y pico están aquí".
"Antes podía venir una cada semana o cada mes y ahora son capaces de colarse cada día", asegura.
Un cementerio sin ningún cuerpo desde 2005
Un día a día normal en la isla de Alborán comienza a las 8:30 de la mañana con el desayuno, al que sigue la limpieza de las instalaciones y tareas de mantenimiento hasta la hora de comer.
Además del edificio que alberga las habitaciones y zonas comunes, la isla cuenta con un faro, un helipuerto, una estación sísmica y un cementerio, donde estuvieron enterrados el farero, su mujer y su suegra, hasta que en 2005 los restos fueron trasladados a Almería.
Cada rotación se embarca con víveres para el mes que van a permanecer en la isla más una reserva para cinco días por si el relevo no se produce en tiempo, como ha ocurrido en este último, que debido a la crisis migratoria se retrasó una semana.
Cuando no había el problema de la inmigración, "se decía que aquí se venía a hacer un curso Zen", señala con ironía el capitán Iturrioz, para dar muestra de la tranquilidad que se respiraba en "este barco en medio del océano", como lo describió la ministra.
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