He leído estos días El Cristo de Mena. Historia de un símbolo de la Semana Santa de Málaga, del insigne historiador y cofrade José Jiménez Guerrero, una excelsa monografía histórica que, con estilo más divulgativo que científico, demuestra con contundencia que la imagen del inmortal escultor granadino se quemó en los sucesos de mayo de 1931 en la iglesia de Santo Domingo y que nada pudieron hacer contra la turba Paco Palma García y otros valientes cofrades que trataron de evitar la tragedia artística. En aquellos días también perecieron en el fuego de la intransigencia imágenes importantísimas que tenían su morada en Santo Domingo, pero es el Cristo de Mena el que ha permanecido en el imaginario colectivo de una ciudad que ha convertido en un auténtico icono a este crucificado. Ya saben que es el protector de la Legión, cuerpo militar con el que Málaga tiene una relación muy estrecha por diferentes avatares históricos, entre los que sobresale la evidente cercanía marítima con África y, por tanto, su puerto fue imprescindible para el embarco y desembarco de tropas que iban a luchar a aquellas guerras de la década de los veinte del pasado siglo. Durante mi niñez, escuché a muchas personas hablar de la teoría de que la imagen pudiera encontrarse tapiado en cualquier casa antigua del Centro Histórico, o incluso había quien aseguraba que emigrantes malagueños lo pusieron a buen recaudo en Sudamérica u otros países. Pero parece claro, como demuestra Jiménez Guerrero, que el Señor de Mena ardió en Santo Domingo y, pese a rozar con los dedos su salvación, la turba enfurecida volvió a rematar su trabajo después de que las fuerzas del orden se retiraran de la iglesia. El resto de la historia ya lo conocen: Francisco Palma Burgos, hijo del gran imaginero, tuvo que hacerse cargo del taller de su padre después de su repentina muerte y, años después, allí talló el Cristo de la Buena Muerte que hoy se procesiona cada Jueves Santo y que es también, por capricho y elección de la devoción popular, que es soberana para atribuir sus preferencias, un símbolo de primer orden en nuestra Semana Santa. Dice el gran Francisco Jurado Coco que Málaga tiene el mejor patrimonio de imaginería cofrade del siglo XX, después de perderlo casi todo en los años en los que la Guerra Civil asoló cualquier atisbo de civilización en este viejo país. Y pienso estos días en la fuerza de la fe popular, ahora que quedan pocas semanas para que todo vuelva a comenzar. Y ese es, sin duda, nuestro patrimonio: la gente que nutre las cofradías, la misma que forja las leyendas y trabaja callada y abnegadamente por nuestra Semana Mayor y mantiene viva en la memoria a sus imágenes más queridas.
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