La siguiente y principal escena que admiramos es la del nacimiento del Niño Jesús, que en el monumental belén de Torremolinos se representa dentro de un sencillo cobertizo sin paredes, con la clásica mula y el buey, de cuya presencia nada mencionan los evangelios, aunque es patente que el animal de carga que transportó en sus lomos a María sí que se hallaba en aquel rústico lugar con los defraudados, aunque felices padres. El evangelista Lucas no especifica qué clase de cobertizo era aquel, si un establo o una cueva anexa a alguna de las casas de Belén y que se utilizaba como cuadra. Lucas se limita a escribir que María dio a luz a su hijo, lo envolvió en telas y lo acostó en un pesebre. Un pesebre era simplemente un cajón donde se depositaba heno para que comieran los animales. El pesebre en el que María acostó a su hijo hizo de ocasional cuna. Por extensión se dio el nombre de pesebres a los establos, debido a que contenían pesebres o recipientes para el heno. Es lógico suponer que, si el lugar tenía pesebres, es porque era un establo y, por tanto, albergaba animales. Que éstos se hallaran o no allí dentro, al momento del nacimiento de Jesús, es otra cuestión.
Algo que llama la atención en este belén torremolinense es que no se ve la clásica estrella polar; en cambio, sobre el techado del cobertizo que hace las veces de portal un simpático gallo es el que debe de cantar las glorias del nacimiento, en competencia con los ángeles que anuncian la buena nueva a los pastores. En los aledaños, entre las muchas figuras movibles con que cuenta este artístico nacimiento destacan las de los magos que, en sus majestuosos camellos, entran en el portal y se pierden por su fondo, dando la vuelta por interiores montañosos y volviendo a salir al exterior por otro lado para de nuevo comenzar el ciclo de entrada al portal. Ciertamente, una original ocurrencia que el visitante aprueba con una franca sonrisa. El relato bíblico de los magos o astrólogos venidos de las partes orientales únicamente se encuentra en el evangelio de Mateo, que no indica cuántos eran, ni si eran reyes, ni da sus nombres ni sus lugares de origen. La tradición, basada en los evangelios apócrifos, menciona por lo común a tres magos con la categoría de reyes y con los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar.
La zona central del grandioso entramado belenístico la ocupa la impresionante mole de la fortaleza de Herodes, en Jerusalén, con su castillo en alto y al fondo, levantado sobre espectaculares tramos amurallados que ascienden hasta la residencia herodiana. Aquí se representa la terrible escena de la matanza que el cruel monarca ordenó que se ejecutara en los niños de dos años para abajo, que era el tiempo que aproximadamente había transcurrido desde que los magos aparecieran y consultaran sobre el lugar donde había de nacer el rey de los judíos. Como los magos, aconsejados en sueños por un ángel, regresaron a sus lugares de procedencia por otro camino, sin informar a Herodes dónde exactamente se hallaba el recién nacido, el depravado lacayo de Roma, tras esperar con impaciencia durante dos años, emitió la brutal orden pensando que así se libraba de la competencia del nacido rey de los judíos. Impresionan las figuras de madres con sus niños al pecho, perseguidas por los soldados espada en mano y murallas abajo. Muy logradas se divisan también las figuras en movimiento de soldados sobre las almenas de la fortaleza y en la entrada a la misma.
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