A lo largo de la historia, son múltiples y dispares las formas en las que el amor se ha venido manifestando en el discurso poético. Acercándonos a la lírica del pasado siglo, valdría remitirnos a Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Miguel de Unamuno -este último solía confesar a sus estudiantes que el único amor de su vida era su mujer-, para encontrar muy bellos ejemplos amantes.
En su primera acepción, la R.A.E lo define comoun “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”, si bien,hay otras tantas más con las que se podría -o no- estar de acuerdo: “Tendencia a la unión sexual”, “Voluntad, consentimiento”, etc.
La lectura de “Lugares donde quienes se amaron se amaron mucho” (Hiperión. Madrid, 2023), de Héctor Aceves (2001), devuelve al lector al ámbito de la pasión, del apego, del afecto…, sin dejar atrás, al cabo, algunas huellas de desamor.
Fue Bertrand Rusellquien postulaseque “la verdadera felicidad amante tan sólo se consigue saliendo de uno mismo; es decir, abandonando el ego y solidarizándose con lo amado”. Héctor Aceves ha querido solidarizarse, sí, con muchos de sus instantes más íntimos y vívidos, y los ha traído hasta el bordón de su memoria para que el tiempo no los desgaste.
El jurado que le concediese por este poemario el V “Premio de Poesía Joven Tino Barruso”, destacó su originalidad y su potente personalidad lírica, además de su capacidad para dotar su quehacer de “una fresca irreverencia”.
Los veintisiete poemas aquí reunidos remiten a horizontes comunes, a ilimitadas fronteras que abrieron los caminos del cuerpo y del corazón. El poeta madrileño se afana en descifrar antiguos enigmas, se interroga en busca de una respuesta para la duración amatoria y se ejercita y se prolonga para avivarel otro lado de la inocencia: “Seguro que tú también tienes alguna experiencia similar: nos/ tocábamos por todas partes sin escandalizarnos,/ y si nos escandalizábamos, era porque imitábamos a los adultos./ Los intrépidos perseguían a los tímidos, que les superábamos en/ número, y trataban de bajarles el bañador,/ pero todos íbamos en horda, como un único ser./ Cada uno conocía su rol y, en el fondo, lo disfrutaba./ Como dije, nuestros cuerpos estaban empezando a renacer”.
Y es, del lado de esa algarabía juvenil, donde el verso -versículo- de Héctor Aceves va alzando su moldeable semántica y desde la cual pareciera asomar la antigua máxima de Paul Valéry: “La mezcla de amor y mente es la bebida más embriagadora”. Porque su decir se haceofrenda y quiere ser, a su vez, un descenso a su interior que no procure ninguna otra compensación que no sea el amor: un Amor mayúsculo,ajeno a todo aquello que pueda entenderse como vacío, simulacro oapariencia:“Junto a él, llegué a creer que no hay diferencia entre lengua y cosa./ Cuando decía haba, me entregaba una vaina llena de semillas./ Cuando decía mar, me alcanzaba el agua la boca./ Cuando decía deseo, se revelaba una circunferencia entre nosotros./ No importaba en qué punto de la curva nos situásemos: siempre/ estábamos a la misma distancia del centro”.
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