Las bases de este programa, que se desarrolla en la localidad madrileña de San Agustín de Guadalix, han sido diseñadas por un comité técnico multidisciplinar formado por psicólogos, psico-oncólogos, profesionales de la salud y técnicos especialistas en etología equina.
La psicóloga clínica Ana Preysler ha apuntado, en declaraciones a Efe, que la relación que establecen los caballos con los pacientes y sus familiares es "asombrosa", como lo es la capacidad de estos animales para estimular la comunicación de emociones, "tan rica y compleja, y muchas veces rota por la experiencia brutal de sufrir un cáncer".
Su hermana Maite Preysler, especialista en etología equina, ha agregado que los caballos son "cuidadosamente" seleccionados para este programa.
"Lo forman animales muy receptivos y sensibles a las reacciones de las personas; auténticos maestros canalizadores de emociones, ya sean buenas o malas, y eficaces rehabilitadores de habilidades perdidas tanto físicas como psíquicas", ha relatado.
La experiencia de un tumor oncológico es diferente y exclusiva para cada persona e igualmente lo son los miedos y las dificultades emocionales que tenga y es, en este punto, "dónde el contacto con el caballo, mediante la equinoterapia, logra unos beneficios sorprendentes", según las expertas.
El caballo actúa como "co-terapeuta" mediante la transmisión del calor corporal de su cuerpo al jinete que, una vez ejercitado, puede llegar a alcanzar unos cerca de 40 grados. "Podemos beneficiarnos de él como fuente calorífica que nos ayuda a relajar y distender la musculatura excesivamente rígida", ha señalado la psicóloga.
El equino transmite a través de su dorso de 90 a 110 impulsos rítmicos al cuerpo del jinete, que estimulan reacciones de equilibrio y producen una agradable sensación por su efecto mecedora.
Desde el momento en que el paciente entra en contacto con el caballo se comienza a establecer entre ambos una "exclusiva relación de confianza que resulta imprescindible en el trato con un animal tan sensible y huidizo", según la doctora.
Durante las sesiones, en opinión de Ana Preysler, el caballo se convierte en un compañero ideal, con el que no hay lugar para la ambigüedad o el engaño. "Siempre está disponible y receptivo a nuestra atención y nuestros cuidados. Y lo más importante: nos acepta como somos, sin juzgarnos", ha comentado.
Maite Preysler ha explicado que, desde el primer momento, hacen ver a los pacientes que el caballo, pese a su tamaño y fortaleza, es "vulnerable y depende de nuestros cuidados".
El paciente o ex paciente se encuentra invadido por sentimientos contradictorios -miedo a la recidiva y alivio, euforia y cansancio emocional-, todo ellos acompañados de un represión muy fuerte y continuada de emociones que con la equinoterapia suelen liberarse.
Además, puede ayudar a superar las crisis inherentes a esta enfermedad y "recuperar la ilusión por la vida, experimentando situaciones placenteras como estar a lomos de un caballo".
Por otro lado, disminuye el aislamiento social, en parte impuesto por la larga duración del tratamiento pero en algunos casos también elegido por una pérdida de autoestima, alteración de las habilidades sociales y por el miedo al rechazo.
"Durante el tiempo de cada sesión, nuestros pacientes se ven obligados a olvidar por un rato sus miedos y preocupaciones, y a centrarse y disfrutar de la naturaleza y el contacto con los caballos", ha esgrimido la especialista en etología equina.
Se trata, en definitiva, de enseñarles a "vivir el presente", a pensar en el aquí y el ahora, estableciendo comparaciones con el comportamiento equino. "A los caballos sólo les preocupa el presente, lo inmediato, no piensan en lo que vendrá después ya que no saben que va a ocurrir, no anticipan", ha matizado.
Durante el transcurso de toda la terapia, se llevan a cabo diferentes tipos de ejercicios, a lomos del caballo o pie a tierra, dependiendo de los objetivos que se pretendan trabajar cada día.
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