No hace mucho tiempo, nadie se vanagloriaba de su incultura como hoy en día ocurre, y aunque el leer y el escribir no eran, entonces, una conquista que la mayoría de los vecinos lograsen, no tengo dudas de que la riqueza cultural de antaño era mucho más elevada que la actual, y, para contextualizar el tema que pretendo, visito la RAE y transcribo qué es cultura: “Cultivo” o “Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” o “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”
El caso es que doy a luz este artículo por el detrimento que, en el plano artístico, he sentido en este enero en nuestra ciudad. Sin necesidad de entrar en instituciones ni acuerdos, pues los desconozco para seguir esa máxima de “solo los tontos son felices” que, en ocasiones, sigo por salud mental, he echado de menos las bandas de música de mi ciudad en la cabalgata de los Reyes Magos y en la carrera de san Antón.
Mas lo que ahonda en mi llaga es que hemos dado otro paso atrás en esa intangibilidad de nuestras raíces, paso que estaba dado y que solo acarrea aquello que vaticinaba el soneto gongorino: que el paso de los años nos convierta, gradualmente, “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.
No hace falta el blanquinegro para saber que el templete del Parque de la Victoria era un referente, y aquello tenía un triunfo de populismo que dotaba a la gente de sabiduría, pues llegaba esta hablando de lo soñado y se iba hablando de lo vivido, y lo contaban a unos y otros, en el Ideal o en Montemar, pero esa cadena de cultivo, semilla de valores, fue diluyéndose, progresiva y tristemente.
¿Y es que ahora no hay músicos que quieran tocar? Pues sí los hay, mire usted, y se cuentan por cientos, y tienen la misma intención o más que la compartida el año pasado, cuando la plaza de toros era una concatenación de bandas sonoras de primer nivel que entusiasmaba a corredores y espectadores, o como lo era la Plaza de los Jardinillos, a ritmo de Paquito el Chocolatero o El gato montés. ¿Y entonces? Ay…
Escribía Cervantes (un cualquierilla…) que “donde hay música, no hay cosa mala”, pero cuesta entender que el beneficio para un pueblo no está sólo en aquello que genera beneficio económico. La cultura es otra cosa y, hoy más que nunca, estamos necesitados de reencontrarnos con nosotros mismos. Abracemos la cultura y devolvámosle la calle a los músicos, que así lo afirmaba Gracián: “nace bárbaro el hombre, redímese de bestia cultivándose”.
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