"Estoy abierto al diálogo con todas las fracciones parlamentarias, todos los partidos políticos, organizaciones sociales y confesiones", proclamó Serguéi Sobianin, nuevo jefe del consistorio de la capital rusa, en su discurso de investidura.
Sobianin, un gris funcionario siberiano con apenas unos pocos años de residencia en Moscú, subrayó esta semana que la urbe de más de diez millones de habitantes "es la casa de todos y en ella debe reinar la concordia y la unidad ciudadana".
Sus palabras fueron secundadas de inmediato por la solicitud de la oposición no parlamentaria de manifestarse en la céntrica plaza Triumfálnaya, donde Luzhkov ordenó precisamente construir un aparcamiento para impedir la celebración de protestas.
Las autoridades satisficieron a medias las peticiones opositoras, ya que permitieron la manifestación en defensa del artículo 31 de la Constitución sobre la libertad de reunión en la Triumfálnaya, pero sólo si los participantes no superaban los 200.
Aunque finalmente los líderes opositores más radicales no parecen dispuestos a ceder, la actitud del nuevo alcalde contrasta con la de su antecesor, que no escatimaba el uso de calificativos despectivos para activistas, homosexuales e inmigrantes.
De hecho, ayer, sábado, tuvo lugar una de las escasísimas protestas de la oposición no parlamentaria que obtuvo el visto bueno de las autoridades moscovitas en los últimos años.
Centenares de activistas pidieron la dimisión del primer ministro ruso, Vladímir Putin, quien hace años rescató a Sobianin de Siberia y le nombró jefe de su aparato de Gobierno.
En contraste, la última ocasión en que la oposición no parlamentaria salió a la calle el 31 de agosto, la manifestación acabó con violencia y la detención de sus principales líderes.
Los homosexuales también celebraron por todo lo alto la salida del consistorio de Luzhkov, al que denunciaron ante los tribunales tanto por impedirles celebrar marchas gay como por llamarles "gómiki" (diminutivo peyorativo de homosexuales).
"Es significativo que la decisión del Tribunal Europeo de Estrasburgo sobre la ilegalidad de la prohibición por las autoridades moscovitas de centenares de manifestaciones y mítines coincidiera con la investidura de Sobianin como alcalde", aseguró Nikolái Alexéyev, líder del movimiento homosexual ruso.
El jueves, el Tribunal Europeo dictó una sentencia que considera que la prohibición de marchas gay en 2006, 2007 y 2008 "se contradice con la Convención europea de defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales".
Recientemente, Alexéyev fue retenido sin motivo durante varias horas por la policía, que le exigió que retirara su demanda ante la corte de Estrasburgo, tras lo que fue deportado a Minsk.
Desde 2006 las organizaciones homosexuales encabezadas por Alexéyev intentan manifestarse en Moscú, pero siempre encontraron un no por respuesta en Luzhkov, que consideraba las marchas gay "actos satánicos".
La primera manifestación gay de la historia de Rusia tuvo lugar en mayo de 2006 y acabó en una batalla campal en la que los homosexuales fueron agredidos tanto por nacionalistas e integristas ortodoxos como por la policía.
A su vez, los activistas del movimiento "En Defensa del Bosque de Jimki" pidieron a Sobianin que suspenda definitivamente el trazado de la autopista entre Moscú y San Petersburgo, cuyas obras han sido paradas provisionalmente por decisión del Kremlin.
Luzhkov era un acérrimo defensor del proyecto que exigía la tala de más de un centenar de hectáreas de bosques en Jimki, ciudad satélite de Moscú, cuyos habitantes crearon un movimiento en su defensa, al que se sumaron ecologistas y oposición.
El presidente ruso, Dmitri Medvédev, se decidió a mediar, suspendió el proyecto y convocó un debate nacional, pero, pese a todo, Luzhkov siguió insistiendo ante la prensa en que no había alternativa.
La indignación popular aumentó al coincidir la tala de árboles con los incendios forestales que devoraron este verano cerca de un millón de hectáreas de bosques en Rusia, según fuentes oficiales, y más de diez millones, de acuerdo con los ecologistas.
Otros que acumulaban años de agravios son los defensores del legado histórico de la ciudad y que pidieron a Sobianin que no permita que los especuladores acaben con las joyas de la arquitectura y escultura.
"Debemos conservar la irrepetible fisonomía histórica y arquitectónica de la capital, sus parques y zonas verdes", prometió Sobianin.
Lo que apenas nadie defiende es la presencia en medio del río Moscova del colosal monumento al zar Pedro I, símbolo de la megalomanía urbana introducida en su momento por Luzhkov.
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