La primera vez que vi Alien, el octavo pasajero, debía tener unos diez años y no tenía ni idea de qué iba la película. La cartelera que había camino del colegio era la primera toma de contacto que solíamos tener con cada película, y en ese caso lo único que se veía era una especie de huevo a punto de agrietarse del que escapaba un resplandor verdoso, acompañado de una frase que se hizo mítica con el paso del tiempo: “En el espacio nadie puede oír tus gritos”.
Cada vez que se confirma la muerte de migrantes que trataban de cruzar las aguas del Estrecho no puedo dejar de pensar en las circunstancias atropelladas que terminan desembocando en la tragedia, pero sobre todo en el momento de angustia extrema en el que se enfrentan y se rinden a la ferocidad del mar, donde nadie puede escuchar sus gritos, y mucho menos desde un despacho de Bruselas: en lo que va de año han llegado a las costas de la provincia unas 800 personas migrantes y se han confirmado nueve muertes, cuatro de ellas esta misma semana.
Lo ocurrido hace unos días frente a la playa de Camposoto y de Sancti Petri no solo ha vuelto a evocar ese horror, sino que nos ha hecho partícipes del mismo una vez que contamos con los elementos narrativos que desembocaron en esas cuatro muertes y en el rescate de las otras 31 personas que viajaban en la embarcación desde Marruecos. Fueron obligados a lanzarse al mar a punta de pistola y cuchillo a cierta distancia de la orilla -en el caso de Chiclana en una zona de fuertes corrientes y de una gran profundidad-, para facilitar la fuga de los transportistas, que habían utilizado una lancha semirígida -las llaman “patera taxi”- similar a las utilizadas para el narcotráfico y cuyas plazas se cotizan a entre tres mil y cinco mil euros.
En Camposoto, 27 lograron alcanzar la orilla a nado; en Sancti Petri contaron con la ayuda de un “ángel de la guarda”, Javier, que fue testigo de los hechos y utilizó una zodiac para acercarse hasta la zona donde habían sido arrojados y ponerlos a salvo, a tiempo de evitar que muriesen ahogados o por hipotermia.
Durante los últimos días hemos conocido todo lo que se está haciendo por parte de las autoridades españolas para identificar y localizar a los cuatro tripulantes de la embarcación; incluso las medidas de seguridad puestas en marcha para interceptar estas “patera taxi” durante su trayecto hasta las costas de Cádiz, además de los esfuerzos realizados por la Guardia Civil para combatir a estas mafias. En lo que tenemos más dudas es en lo relativo a lo que no se está haciendo o lo que se hace de forma poco efectiva.
En este sentido, una de las voces autorizadas es la de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (Apdha), que tiene muy claro que las muertes registradas y el continuo flujo de migrantes son “consecuencia directa de las políticas migratorias existentes que imposibilitan la migración legal y segura”.
Y apuntan asimismo a los acuerdos que España mantiene con Marruecos en la frontera “y que impiden que estas personas puedan ejercer su derecho a migrar”, unido al “silencio administrativo de España ante las peticiones de asilo o visado de personas procedentes del continente africano, que las obliga a acudir a redes de tráfico de personas para poder llegar a su destino en lugar de utilizar vías seguras como los aviones o los ferrys que cruzan el Estrecho de Gibraltar diariamente”.
Desde Apdha lo resumen así: “Si quieres migrar, vas a migrar y acudes a lo primero que te venga. La desesperación hace que muchas veces tengas que acudir a este tipo de pasadores para poder llegar aquí con las consecuencias como las que hemos visto esta semana”. Y seguirá siendo así mientras no se modifiquen esas mismas políticas o los acuerdos en vigor, que son los que propician asimismo la aparición de estas redes mafiosas a las que lo mismo les da transportar hachís que personas con tal de mantener en activo su lucrativo negocio a cientos de millas de distancia de los despachos a los que se exige una solución.
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