Chicogrande se posiciona del lado del héroe anónimo: del hombre que salvó a la vida a un malherido Pancho Villa en 1916, cuando el presidente Woodrow Wilson envió a la caballería estadounidense para capturar al revolucionario tras la invasión frustrada a Columbus (Nuevo México).
El realizador mexicano, autor de Canoa y quien nunca ha entendido el cine sin discurso político, adopta en tiempos en los que su país se viste de fiesta “un punto de vista crítico, un punto de vista distinto”, explicó en rueda de prensa, a la que también acudieron los actores Damián Alcázar, Daniel Martínez y Juan Manuel Bernal.
“La revolución es un hecho logrado por dos grandes perdedores: Emiliano Zapata y Pancho Villa”, manifestó el cineasta, y la cinta, antes que henchirse de orgullo histórico, se lamenta por una lucha cuyos objetivos siguen sin cumplirse.
“Hay 40 millones de personas en México que no comen dos veces al día. Villa sigue teniendo razón. Zapata sigue teniendo razón”, reflexionó Cazals, quien además cree que “cumplir con la palabra es una costumbre que se ha perdido”.
Por eso, frente a la sensación de falseamiento de la victoria global –”el cine ha deformado la Historia de México”, reivindicó Cazals–, busca la gesta moral del individuo a través de este Chicogrande, quien se unió a Villa después de “llevar toda la vida de peón y tras tres generaciones viviendo a palos”.
Esta cinta sostenida, introspectiva, en la que la estética crea un celuloide “casi mineral, casi pedregoso”, resumió Cazals, se urde en la filosofía de lo humano más que en la recreación histórica.
“La figura de Villa es meramente tangencial. Nos interesa el villismo en términos de lealtad. Y esto vale para cualquier causa”.
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