Enterrar a los muertos y rezar por los vivos, a eso dedican sus días los Hermanos Fossores de la Misericordia, una orden que sobrevive en los cementerios de Guadix y Logroño desde hace siete décadas y que burla a su propia muerte con dos incorporaciones que le dan nueva vida.
Con cipreses, encalados de un blanco que contrasta con sus espacios verdes y ese silencio sepulcral tan manido: así suelen ser los cementerios, ese espacio de despedidas ante la muerte que dicen nos iguala a todos.
Para marcar la diferencia, dos de los cementerios del país cuentan con los Hermanos Fossores de la Misericordia, una orden que vive para atender a la muerte y que aporta el punto cálido al frío de las pérdidas.
Estos frailes de hábito marrón repletos de años aparecen en cada funeral para ser compañía y consuelo y se convierten en guías por ese último paseo por el camposanto.
"Nos lo dicen cuando comparan un entierro aquí con los de cualquier otro lugar, que les faltó ese calor, que qué pena", ha explicado a EFE fray Hermenegildo, uno de los tres fossores que da vida al cementerio de Guadix, ese al que llegó con 21 años desde Riotinto (Huelva) para convertirse en guardián de duelos.
Esta orden nació hace siete décadas en Guadix cuando fray José María de Jesús Crucificado decidió que la Iglesia debía estar también en los entierros.
El fundador de los Fossores formaba parte de la congregación de Ermitaños de San Pablo y San Antonio, establecida en la sierra de Córdoba, desde donde presentó el proyecto al obispo Álvarez Lara para crear la casa madre en Guadix.
Para dar vida a este proyecto, el fundador de los Fossores comparó la muerte con una nuez, "que tiene una cáscara amarga pero un interior muy dulce", y sembró así el germen de una congregación que reza por los muertos, acompaña a los vivos, guía en la tristeza, ora en las despedidas y abraza cuando no hay nadie más que lo haga.
La media de edad de esta congregación, que llegó a custodiar los cementerios de Jerez de la Frontera (Cádiz), Huelva, Vitoria, Pamplona, Logroño y Felanitx (Mallorca), supera las décadas de historia de la orden y condiciona un trabajo centrado en barrer, mimar los nichos menos atendidos, cuidar los cementerios y rezar, un día a día algo más ajetreado esta semana.
Para aliviar su carga, la orden cuenta desde este año con dos nuevas incorporaciones, dos frailes que ahuyentan la amenaza de la desaparición de la orden y dan nueva vida a los Fossores.
"Pero sigue siendo lo que Dios quiera, este negocio es suyo y manda si quiere que con esto sigamos muchos años o que la orden desaparezca", ha apuntado el superior de los Fossores.
El último en recibir el hábito de la congregación, este pasado 12 de octubre, ha sido Omar Pérez, un joven de Chozas de Canales (Toledo) que ha hecho su noviciado en Logroño, ha pasado por la casa madre accitana y ahora busca ofrecer consuelo en camposanto de la capital riojana.
El día a día de esta congregación arranca a las seis de la mañana y reparte sus horas entre rezos, misas, rosarios y la atención al cementerio de Guadix, que luce limpio, blanco y mimado.
La entrada al coqueto camposanto accitano, custodiado por rejas negras como si se pudiera escapar de la muerte, es el inicio de una pendiente constante -física y emocional- que cuesta menos con la compañía de los Fossores.
Sin prisa, y casi siempre con un silencio cálido, esperan en esa primera cuesta para acompañar a familiares y amigos, para insuflar aliento en las despedidas y hacer más liviano el hasta siempre.
Las dos incorporaciones reaniman a esta orden que, setenta años después, sigue centrada en enterrar a los muertos y rezar por los vivos para recordar que después de lo amargo, llega el dulce.
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