La luz de septiembre es la antesala del otoño. En pocos días pasamos del sol radiante y casi asfixiante de agosto a esta tonalidad rebajada y de aroma fresco, días más cortos anuncian que el curso, escolar, social, político, arranca de nuevo y aunque vengan azotes de calor de verano tardío ya se siente el otoño, en breve crujir de castañas, en nada, porque la vida sucede deprisa cual vagón de montaña rusa que cae una vez conquistada la cima, acordes de Navidad, otra.
Tras la catarsis electoral vivida con las municipales de mayo y las generales de julio, contradictorias en sus resultados y ya veremos si también en sus consecuencias, el verano político ha estado marcado por una tensa calma. Mientras el PSOE aguarda paciente a que Feijóo se dore a fuego lento en este proceso de investidura imposible y la negación de la misma debilite aún más su ya de por sí desfigurado liderazgo, las corporaciones locales han aprovechado los días de asueto y desconexión pública para celebrar sus plenos de organización, establecer sus dinámicas de funcionamiento, estipular su cuerpo de asesores, plantear, en definitiva, aquellas cuestiones internas que tienen que ver con las retribuciones y la organización y que, en definitiva, causan cierto pudor público. Las medidas impopulares se tomarán, también, ahora, si hay que subir impuestos, tasas de agua o limpieza o, sencillamente, subirse sueldos, es el momento. Los asesores que rodean a un gobierno es el único personal que la administración pública actual permite contratar a dedo y, algunos, han aprovechado agosto para nombrarles mientras el gran público andaba chapoteando en la orilla.
También, en aquellos municipios donde se ha producido un cambio de gobierno, han sido meses para ejecutar ceses y nombramientos que, desde luego, no le hacen ningún bien al funcionamiento de la administración, que se paraliza y más cuando por cuestiones estrictamente políticas se adultera la gestión cuando el mérito y la capacidad no es la premisa básica para repartir cargos de dirección pública. Pero esto no tiene remedio, hay pocas cosas en el mundo que le guste más a un alcalde recién electo que cesar a los anteriores y poner a los suyos, profundizando en el desgraciado hecho cada vez más arraigado de que la buena gestión no hace ganar las elecciones o, al menos, no es definitiva para conseguirlo. Son los detalles, algunos circenses, los que calan en la opinión pública para decantar su voto, ante lo cual la mercadotecnia política cada día está más arraigada. La administración pública es como un árbol plagado de pajaritos al que cada cuatro años un estruendo sacude y todos alzan el vuelo para, un rato después, felices –unos más que otros-, posarse de nuevo, quizás en diferentes ramas, los de arriba abajo y los de abajo arriba, pero todos a cobijo y a esperar otros cuatro años.
La Diputación de Cádiz es un ejemplo. Tras el inesperado cambio de color político hacia el PP el verano en la casa rosa ha sido intenso, intentando organizar una nave que de momento navega con piloto automático y la inercia que proponen las corrientes en las azules alturas, habrá que ver el rumbo ante posibles turbulencias. El nombramiento de Almudena Martínez como presidente, al margen de cumplir con la cuota de género en la foto regional que buscaba el presidente Juanma Moreno, eleva el tono de poder de un sector dentro del partido en el que pesa, cada día más, el alcalde de El Puerto, Germán Beardo, que se ha quedado con Tugasa, Patronato e IEDT, lo que presupuestariamente supone una coto privado importante y no parece que Beardo tenga un perfil dado a dejarse influir porque su ADN portuense le anima a devorar adversarios cual jugador voraz de damas blancas sobre negras y, para ello, se ha rodeado de un equipito donde tendrá a Javier Bello en el área de Cooperación y Andrés Clavijo al frente del IEDT; además, cuenta con la inestimable colaboración de Antonio Saldaña, que pasa sus ratos libres en El Puerto y desde el ahora vacío despecho de Ciudadanos en aquella corporación prepara sesiones de coach que dará a ediles de la localidad. Entre todos, un grupo de acción, sin olvidar que la presidente Martínez llegó a esto de la política de la mano de Saldaña y su relación con Pelayo no es para tirar cohetes –le tocó Personal y Policía Local como edil en Jerez, dos delegaciones no precisamente como para lucirse-, y, de hecho, la alcaldesa de Jerez se enteró de que Rafael Mateos abandonaba la concejalía de Jerez para irse como cargo de confianza de Martínez a Diputación por la prensa. El grupo, sin nombre aún -habrá que pensar uno-, en Diputación lo completaría una técnico ahora en Jerez con menos protagonismo del que esperaba y que a punto estuvo de irse a El Puerto en comisión de servicio, pero que está a la espera de estabilizar su plaza y eso la ata, de momento, a Jerez.
Aunque Antonio Sanz es la figura más importante del PP de Cádiz, sus muchas atribuciones en la Junta, pese a su interés vocacional de estar en todo, le hace imposible descifrar tantas grietas locales y Cádiz, en este sentido, ha acumulado mucho escenario para el PP y Bruno García tiene bastante con la presidencia provincial y la alcaldía de Cádiz, además de tener que vigilar lo que pase en Diputación. José Ignacio Landaluce, que se lleva estupendamente con todos, juega a otra cosa y luego está Jerez, cuyos dos diputados, Susana Sánchez Toro y Agustín Muñoz, son personas de la total confianza de Pelayo y que, en principio, no participan del grupo sin nombre, que trabaja e igual lo hace con la idea de desarrollar una idea para el futuro.
La política, ya se sabe, es un tiovivo del que nunca hay que bajarse porque hechos insólitos o imprevistos lo cambian todo y cuando parece que se está a dos pasos del cementerio, cambia el viento y terminan, animados, bailando sobre su prevista tumba. En Madrid habrá cambios, Feijóo no parece que tenga crédito para volver a liderar una candidatura del PP y, ante eso, el partido entrará, no ahora sino en unos años, en la elección del nuevo orden e Isabel Díaz Ayuso y su madrileña corte se sitúan en primera fila, ante el cual solo el poder andaluz que representa Moreno Bonilla parece capacitado a hacerle frente. Lo bueno que tiene el sector es que nunca hay tregua y al final ganan los malos, que vienen a ser los listos.
El otoño que asoma tiene el color de las hojas secas, de la luz de septiembre, del tiempo menguado de los días cortos y del ánimo perezoso que aparejan los inicios.
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