Ser atea y creer firmemente en nuestra Virgen del Carmen es como poco extraño pero, si piensas como barbateña, para mi parecer pueden ser dos convicciones totalmente entremezcladas y totalmente válidas.
Mi casa es humilde, barbateña y, sobre todo, marinera. Mi padre nos inculcó desde bien pequeños ese fervor por nuestra patrona, amor por nuestra Carmela, clamor por nuestra alcaldesa, fe en su mirada y, sobre todo, pasión en su día. Así me lo inculcó desde pequeña y es una de las pocas cosas que no he cambiado a lo largo de los años, a pesar de que mi pensamiento crítico ha ido evolucionado. Es una creencia que es difícil de explicar, pero creo, bajo mi punto de vista, que no es una creencia como tal sino un sentimiento que se ha ido desarrollando a lo largo de los años. Es como un amor que por muchos años que pase no consigues olvidar.
Cuando era pequeña, cada día 16 de julio, mi padre me despertaba a primera hora de la mañana para que mi madre me enfundase en un vestido hecho por mi abuela y me peinara como si no hubiese un mañana para irnos a ver salir de San Paulino a nuestra Virgen del Carmen. Cada año, no me preguntéis como, pero era escuchar la salve marinera mientras miraba fijamente su cara, que había que me perdiese en mis pensamientos. De manera casi automática, hacía que me emocionase (aún me sigue pasando).
Tras ver a nuestra patrona pocesionar, siempre nos íbamos a desayunar churros (algo que también se traslada de generación en generación) y luego la seguíamos hasta verla llegar a puerto. La tarde era más relajada hasta que mi madre me preparaba para que nos fuésemos a montar al barco y acompañarla por las aguas de nuestro puerto. Allí nos juntábamos parte de la familia mientras le gritábamos a ton y son lo guapa y bonita que iba porque no nos engañemos, es la Virgen del Carmen más bonita que puedas ver.
Así ha sido año tras año hasta llegar a mis 32 años. El pasado domingo, tuve el honor de acompañarla en el barco ‘Juan y Manoli y a pesar de no tener a mi padre a mi vera ( si en mi mente), el patrón consiguió que me volviese a enamorar aún más si cabe al verla tan de cerca y ver como en cada movimiento de timón la acompañaban tantos barcos y la esperaban en el muelle tantísimos barbateñ@s. También me vi reflejada en la mirada perdida de Juanma mientras la miraba ensimismado en sus pensamientos y también en la felicidad de una familia que conseguía, al fin, llevar a bordo como Patrona a su Virgen del Carmen. Gracias de corazón.
El domingo, ver como mi padre se llevaba a mi niño para ver por el mar a nuestra virgen es recordar mi infancia tan feliz a su lado y ver como él sigue manteniendo nuestra tradición, porque el amor que le profesa mi padre a su virgen es difícil de cuantificar y es por ello que yo aun siendo atea, vivo enamorada de mi Virgen del Carmen y eso, eso no hay persona que pueda explicarlo.
¡Viva la Virgen del Carmen!
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