En España hay casi un millón de jóvenes que estudian y trabajan porque necesitan pasta para estudiar y vivir. Bien. No hace falta darles una medalla ni nada de eso. Pero es justo reconocer que tiene mérito la cosa. Hay muchos más que no necesitan ingresar porque tienen red familiar y échenle un vistazo a su IG. En España, hay adultos de 30 años (y más) que vuelven a su piso pequeño y deprimente con tuppers de casa de sus padres con comida cocinada de verdad para alimentarse dignamente. Pero también hay muchos que pagan la hipoteca porque sus padres, mejor colocados, pagan por ellos. En España, la herencia explica casi el 70% de la desigualdad. Y el debate en torno a esta cuestión es incómodo, pero necesario.
No hay nada más azaroso que el nacimiento. O sea, nadie ha decidido por sí mismo nacer con la condición de infanta o de crío condenado a la muerte que vive exactamente 20 días porque en la aldea etíope donde fue alumbrado no hay luz, agua, víveres. En el primer mundo, tampoco nadie decide que sus padres sean arquitectos, hijos de potentados en el franquismo o profesores o vendedores ambulantes. Y la cuestión está en que, si bien con la llegada de la democracia, se potenciaron los instrumentos para favorecer la igualdad de oportunidades, lo cierto es que el denominado ascensor social está averiado. Las dos crisis económicas recientes, consecutivas, devastadoras, lo han dejado prácticamente inutilizado.
Ni la educacion ni la sanidad públicas corrigen la brecha existente entre quienes cuentan con patrimonio y no. Porque en el cole y en el consultorio del barrio no te ofrecen la posibilidad de dar clases gratis de refuerzo de inglés o aprender chino, de danza, de teatro o de equitación, ni te ofrecen un tratamiento de ortodoncia con alineadores invisibles a cero euros. Uno puede plantarse en la cola de la facultad para cumplimentar la matrícula con una notaza en como demonios se llame ahora selectividad en un instituto público que tiene grandes probabilidades de que quien te antecede haya pasado tres meses en Irlanda perfeccionando el acento o luzca una sonrisa perfecta.
Y no es solo una cuestión es pasta. Se habla de la catástrofe temprana, sobre el papel de la familia y el entorno en el desarrollo cognitivo e intelectual y un estudio de 2010, dirigido por Mariano Fernández Enguita (aunque hay más en esta línea), atribuye “un 50% de las diferencias en el rendimiento escolar al origen social, y un 20% a la composición social del centro escolar; tan solo un 7% del rendimiento académico se debe a factores estrictamente pedagógicos y organizativos”.
Con todo esto, la propuesta de Sumar de una herencia universal ha levantado ampollas incomprensiblemente. Que si el discurso es infantil. Que si cuesta demasiado al Estado. Que si es una utopía comunista. Y tal. No. Probablemente haya que afinar. Establecer criterios rigurosos. Pero tiene todo el sentido del mundo. Es una cuestión de equidad y justicia social. El problema es que a los hijos de papás y a sus papás no les interesa conocer la respuesta a la pregunta de cuánto talento se pierde por no poder desarrollarlo. Cuántos bobos perderían su estatus en un mundo de igualdad de oportunidades reales...
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