Hay que despojar la vida de Antonio Gala de los tópicos y anécdotas de las que él mismo la recubrió, para fijar el objetivo en que hizo de la existencia, que disfrutó a grandes sorbos pero en la que no creía demasiado (“vivir es estar muriéndose”, repetía), es necesario poner la mirada, decíamos, en que todo lo convirtió en una estética, pero, sobre todo, en una ética. Antonio Gala buscó siempre la palabra más luminosa. Y fue un hombre comprometido con su época, sin importarle poner en riesgo el prestigio y la privilegiada posición literaria que tuvo desde joven, construidas paso a paso, con esfuerzo, y utilizó todo ello valientemente como armas de combate social para luchar por sus ideas. Gala fue portavoz y uno de los fundadores de Izquierda Unida, que se creó en 1985 como plataforma del no a la OTAN en el referéndum convocado por Felipe González, quien, como el oscuro encantador de serpientes que era, hizo que su partido, el PSOE, pasara del no a la Alianza Atlántica a pedir él desesperadamente por televisión a los ciudadanos el sí a sólo 48 horas de la celebración en 1986 de las votaciones. Unos años antes, Gala había reclamado la autonomía para Andalucía.
Antonio Gala se convirtió tardíamente en un novelista de éxito enorme, un best sellers, pero fue, por encima de todo, un dramaturgo sublime. Y un excelente poeta. Su teatro está lleno de poesía. Los personajes no hablan como la gente, sino como personajes de teatro. Todo ello recubierto de una estética maravillosa, en una búsqueda implacable de la perfección. Haro Tecglen, el crítico teatral de mayor poder e influencia entonces, atacó insistentemente a Gala, al que comparaba con Jacinto Benavente. Hay cierta musicalidad de la obra de don Jacinto en lo que escribía Gala, pero él fue, ante todo y sobre todo, Antonio Gala. ‘La vieja señorita del paraíso’, estrenada en el Reina Victoria, fue una pieza de una belleza suntuosa, escrita desde una sensibilidad extrema.’Samarkanda’ tenía diálogos punzantes entre esos dos chicos que anhelaban el Paraíso mientras leían sobre las tablas ‘Fábula del falo’, libro de Umbral recién publicado. Y ‘Por qué corres, Ulises’ deja el recuerdo de los pechos frutales de Victoria Vera, con cuya desnudez, primera en un teatro de la naciente democracia, parecían inaugurarse unos nuevos tiempos en el país.
En julio de 1999, un cantautor extremeño cantó en la mezquita de Almonaster la Real poemas de Antonio Gala. ‘Tú me abandonarás en primavera’, decía uno. Es el momento de reeditar sus libros y devolver sus piezas al teatro. Porque el maestro nos ha abandonado en primavera.
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