Notas de un lector

Versos junto al parque (y II)

  • Francisca Aguirre, Ezequías Blanco y Navarro Beloqui
“Historia de una anatomía”, de Francisca Aguirre, obtuvo el premio Internacional de Poesía Miguel Hernández 2010.
De obra precisa y contrastada, la autora alicantina ha pergeñado esta vez un poemario que se asoma a la vida desde el balcón madurado de los años. A través de las distintos sentidos y de las diversas partes del cuerpo, Francisca Aguirre va palpando y revisando su pasado, y así, el lector encuentra entre sus manos, entre su piel, bajo su tacto…, los íntimos pliegues que convirtieron la esperanza en quebrado sueño o venturosa realidad: “En qué lugar de nuestro cuerpo nace y muere esa flor venenosa/ que siempre está dispuesta/ a cantarnos la balada de lo imposible”.

Un ajuste de cuentas, en suma con todo aquello que fue dulce y amargo, con todo aquello que supo a victoria y a derrota…, pero que lleva en sus adentros el aroma vívido de una intensa existencia: “La verdad no siempre ilumina./ A veces ciega quema con su luz implacable”.

“Una ceja de asombro” (Huerga y Fierro Editores. Madrid, 2010) es el séptimo poemario de Ezequías Blanco. Este zamorano del 52, alma y director de los líricos “Cuadernos del matemático”, sigue afianzando su verbo para dejarnos en cada entrega personalísimas pinceladas de su grato quehacer: “La vida para mí es una estación./ Y si tuviera escudo pondría en él:/ sencillez y apartamiento”, confiesa. Y entre estas páginas, puede descubrirse ese doble sentimiento que en la actualidad lo envuelve y desde el que nacen sus textos más certeros.
Las esquinas de su nueva mirada divisan con mayor admiración, con mayor misterio, los cotidianos avatares que lo sostienen, y frente al río de la vida que acecha a todo ser humano, él, parece haber sabido elegir su camino más propicio: “Es mejor preferir las promesas infinitas/ que los dones definitivos”. Por ello, este volumen -tan “lleno de ingenio y gracia verbal”, como anota en su epílogo Manolo Romero- sigue latiendo tras su último poema, pues en su interior guarda, bálsamo y memoria, dicha y desconsuelo.

Bajo el inquietante título de “Nafsak” (Ediciones Amargord, Madrid, 2010), Navarro Beloqui nos sumerge en un universo donde el amor es juez único de la esencia humana. La finita cartografía de la existencia, la conciencia de la fugacidad, el sabor ceniza de la melancolía…, van abriéndose paso al hilo de unos textos donde la palabra poética se torna compás ulterior de cuánto dicta el alma: “Adónde escora el bajel si no es a tu sombra,/ si se pierde a la deriva/ del lado de tu banco en el que me instalo./ Adónde…/ si hasta el espejo se cree tu rostro”.
Las variaciones de esta secreta melodía, se hunden “en la brecha que separa el apasionamiento del rencor, y el enamoramiento que desviste el alma de la emoción que le da sentido”, afirma en su prefacio Ana Delgado Cortés. Y desde ese espacio único, desnudo de ayeres y condenas, se alza el verso confesional de un yo poético que sustancia y vive intensamente la poesía: “Cuando llegue la sangre al rostro/ mi corazón habrá escalado su pecho/ para habitar el tuyo”.

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