Consciente y sensato, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, dejó claro, en la mañana de ayer, a su entrada al Congreso de los Diputados, que esta reforma “no es una tarea prioritaria”, aludiendo entre otras cuestiones, la falta de un contexto que beneficie el diálogo y el consenso entre todos los partidos. Y es aunque el clima político parece haberse relajado en algunos términos, aún no existe la madurez política para enfrentarnos a este proyecto, en la que el color político debe dejarse al lado, primando solamente el bienestar social de los ciudadanos, de todos los españoles, sean de derechas o de izquierdas, de centro o nacionalista. Mientras la política entre en todos los temas, mientras no haya un respeto por aquellos asuntos en los que este mundo no debe entrar, difícil será afrontar este reto con decisión y con madurez, para que el resultado de esta reforma, se ajuste al sentir de todos los ciudadanos y no de un partido o de otro.
Todo esto sin tener en cuenta que la Constitución, mejor o peor, es un marco general donde se asientan las libertades, que hasta ahora ha funcionado aunque haya que mejorar muchas cuestiones. Hablar, en unos momentos como éste, en la que la mayor preocupación de los ciudadanos es el paro, la vivienda, el terrorismo, no se entendería por los españoles que ahora, precisamente en estos momentos de desconfianza y cierto desazón, se hable de un tema tan importante y a la vez tan difícil de tratar como es afrontar una reforma de la Constitución.
Este documento cumple 30 años, y al menos cumplirá algunos años más, hasta que haya la madurez para cambiarlo.
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