¿Es España un país de (presuntos) golfos? Es la pregunta que me asalta de vez en cuando y, durante las últimas semanas, de forma persistente. Puedo decir, sin ánimo de ofensa, que somos una nación de hidalgos y antihéroes, hasta el punto de que en el siglo XVI creamos un género literario narrativo escrito en prosa y en primera persona denominado novela picaresca, una forma de expresión que trataba de luchar contra las monarquías absolutistas. Probablemente, en la actualidad, se están sentando las bases para un resurgimiento de este género literario.
Jetas, caraduras, sinvergüenzas, aprovechados, personas con mucho morro -como ustedes quieran llamarlos- quedan reflejadas en los medios de comunicación como gente con poca ética y rozando o cometiendo un delito. No solo hablo de Tito Berni, que también; ni de la alcaldesa de Marbella, que también; que como representantes públicos deberían ser ejemplarizantes y están en las antípodas de esa condición. Pienso, además, en el número 2 de Isabel Ayuso y en la líder de Más Madrid, que han estado cobrando un bono social pese a sus pingües ingresos. Me refiero, y aquí ya saltan las alarmas, a algunos garbanzos negros en las Fuerzas de Seguridad del Estado. Un general de división retirado de la Guardia Civil con, al menos, amistades sospechosas y 61.110 euros en efectivo en su hogar; un teniente general, también del instituto armado y jubilado, que es acusado de amañar contratos de mantenimiento de cuarteles y comandancias; y un comisario jefe del Cuerpo Nacional de Policía detenido por revelar secretos de una investigación y omisión del deber de perseguir un delito.
Todo ello hace que, sobresalto tras sobresalto, sigamos demostrando una capacidad de asombro infinita. La ética en un cargo público, da igual civil, policial, que militar, debe estar dominada por normas morales y jurídicas. Los escándalos de corrupción han impregnado tanto a la sociedad española que recuperar la idea de la Polis griega, aquella que defendían Platón y Aristóteles basada en gobernantes justos, virtuosos y sabios, parece una auténtica quimera. El Código Penal, su justa aplicación por magistrados y jueces, y el sufragio son herramientas válidas para que la sociedad pueda ejercer un contrapoder para castigar a los golfos y ensalzar a los hidalgos.
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