El Loco de la salina

Yo quisiera volver al Oeste

El levante le dijo al poniente que hasta aquí hemos llegado, que él se iba a tomar viento fresco y que le dejaba el terreno libre. Ya sabemos que el levante tiene mucha guasa, pero no se le queda atrás el poniente. Hasta tal punto que este loco, aunque no padece locura por ninguno de los dos, sin embargo prefiere que sople el levante a que lo haga el poniente.
Será porque el poniente es más frío y más antipático que el levante, o quizás porque te pega en la cara directamente desde el mar y no te deja estar a gusto en la playa a no ser que te lleves una buena manta, lo cual tampoco es muy aconsejable.
Bueno, pues eso. Se levantó el sábado bastante tranquilito y prometiendo sol, pero con un poniente traicionero que no dejaba vivir y que te hacía pensar en lo bien que estarías en casa y no con los vellos de punta. Pero había que salir. Después del invierno que hemos pasado aquí en el manicomio, había que aprovechar cualquier oportunidad. Así que le dije al director que ahí te quedas, me eché las pastillas en el bolsillo y me dirigí muy contento a la búsqueda del calorcito y del relax.
Lo intenté todo, pero no pudo ser. Me fui a ver cómo estaba la cosa en Camposoto, en el Chato, en Cortadura, en Cádiz…Imposible, porque el poniente decía que nones, que el dueño era él por el momento. El sol decía que sí, pero el poniente insistía en dar la nota contradictoria. Así que terminé apareciendo por el Parque del Oeste de La Isla y, como observé que había solecito, gente y cierto ambiente, allí me quedé a dar una vuelta y a comer un bocadillo.
El Parque del Oeste, como su propio nombre indica, está en el Oeste. Y ya sabemos que el Oeste no es este, sino el otro. El verdadero Oeste tiene caballos, pistoleros, saloones…El nuestro tiene algunos perros, gente de paz y una cantina con un menú anticrisis de 5 euros que es para matarse. El verdadero Oeste está lleno de terreno seco, no tiene límites conocidos y la vista se pierde en el horizonte entre la polvareda que levantan los jinetes. El nuestro tiene una lengua de algo más de un kilómetro, sus límites están marcados por los coches que circulan a todo gas por un lado y por el otro y además se adorna la cara con adelfas y los pies con gramón. El verdadero Oeste emplea métodos definitivos contra el colesterol; solamente tienes que enfrentarte con uno más rápido que tú y ya lo has conseguido. El nuestro simplemente pone a nuestra disposición su alargado cuerpo para que el colesterol vaya bajando poquito a poco a base de andar y andar para adelante y para detrás. El verdadero Oeste olía a pólvora. El nuestro mantiene un olor indefinido que procede de las cañerías que lo rodean para calvario de los padres que tienen que ir a recoger los balones que tiran tan malamente sus propios hijos imitando a los bien pagados. El verdadero Oeste era sucio, pero habitable y entrañable. El nuestro es sucio por lo guarros que somos los cañaíllas y lo dejado que lo tiene el Ayuntamiento. Papeles, botellas, bolsas, colillas, fango…rodean el perímetro de nuestro Oeste más cercano. Había una niña celebrando su primera comunión y su blanco traje contrastaba con la fuente rota llena de agua estancada y podrida.
Y la única solución que yo le veo es que, al igual que pasaba en el verdadero Oeste, pongamos allí un sheriff en condiciones con un par de pistolas, para poner orden. Así tendríamos un parado menos, aquello estaría limpio para disfrutarlo y el Ayuntamiento conseguiría un buen dinero con las multas que tendría que poner el susodicho Sheriff.
Yo quisiera volver al oeste, al Parque del oeste, pero en otro plan. Gracias.

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