No salió la gente contenta de la plaza, achacando quizás a la ganadería el escaso interés de la tarde. Pero no se puede decir que no sirviera la corrida, pues caben muchos matices tanto a favor como en contra.
Aprobado, aunque sea por los pelos, el segundo, por la calidad de sus embestidas a derechas en el primer tramo del trasteo; la misma nota para el tercero, aunque habría que especificar que duró poco; y el quinto más que notable, sencillamente porque aguantó una faena larga y moviéndose con carbón, que en definitiva es lo que le da importancia a los trasteos de los toreros dispuestos y capaces.
Pero la corrida traía una denominación de origen forastera, concretamente del campo charro, que no deja de ser zona comercialmente enemiga del sur donde pastan tantas ganaderías.
Una circunstancia que no debería contar, pero que sin embargo pesa en el ánimo de aficionados, profesionales y hasta público en general, que en la plaza de Sevilla ven las cosas del toreo desde una perspectiva algo chauvinista.
¿A qué ir a Salamanca teniendo tan cerca tantas ganaderías? La pregunta, no obstante, no especifica si las de allá pueden considerarse mejores que las de acá.
Ésta del Puerto no ha sido para tirar cohetes, pero ahí hubo dos o tres toros que pudieron dar realce a la tarde si las cosas vienen de otra manera, entiéndase este cumplido como crítica al Cid y a Talavante.
Para el único que hay excusas es para Ponce, que acabó matando los dos sobreros. Sin toro en su primero de la tarde, un armario de seiscientos kilos. Ponce quedó en éste inédito, después de buscarle las vueltas denodadamente.
El cuarto, de La Plata, se las traía. Negado a embestir, ya se sabe que cuando uno no quiere es imposible que dos puedan pelearse. Aunque no desistió tan fácilmente Ponce, otra vez se encontró con un muro infranqueable.
Cuando llegó la hora de matar, con el toro encampanado y cazando moscas, si no es por el valor y los recursos de Ponce terminan saliendo los cabestros para llevárselo vivo. Al final un aviso antes de arrastrarlo las mulillas.
El silencio de la Maestranza fue de mucho respeto a Enrique Ponce.
El Cid anduvo insuficiente en su primero, un animal que tuvo catorce o quince arrancadas que se perdieron en series de dos y el de pecho. Demasiado poco.
El quinto, el toro de la tarde. Y aunque El Cid no estuvo mal con él, tampoco profundizó. Faena de series cortas, y muletazos un punto rápidos. Dio una vuelta al ruedo, que para él fue mejor que cortar la oreja, pues ni hubo pañuelos suficientes en la petición ni el trofeo hubiera tenido peso.
Talavante empezó fuerte en el toro tercero, al natural y sin probaturas previas, largo y poderoso, y hasta saleroso. Pero al primer amago del toro con rajarse, aquello se difuminó.
El sexto, reservón e insulso, no tuvo voluntad de embestir. Y aunque Talavante quiso, el trasteo tuvo poco fuste.
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