Jerez

Lola Flores, una leyenda de “raza”

Irrepetible y eterna, Lola siempre pensó que pasaría a la historia. No se equivocó. Y ahora, en su centenario, su recuerdo está más vivo que nunca

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Lola Flores junto al Pescaílla.

Lola Flores en una imagen de 1995

Flores durante su actuación como invitada en la OTI

  • En el año de su centenario, la apertura del “Centro de Interpretación Lola Flores” en Jerez será la mejor forma de rendir homenaje al mito

Trasgresora, vivió como quiso y se hartó de recorrer un mundo que la adoraba. Para la historia queda aquella famosa crítica que al parecer le dedicó el “New York Times” tras una actuación: “una artista española que ni canta ni baila, pero no se la pierdan”. Verdad o no tanto -no hay prueba de ello y sabido es que a Lola le gustaba exagerar la realidad-, su arte no dejaba indiferente a nadie.

Con bata de cola o con vestido de lentejuelas se atrevió con todo, hasta recitó poesía, y batió el récord de actriz mejor pagada de la historia de España (6 millones de pesetas en 1951), aunque tampoco fue la más rica.

Amaba el lujo (y el bingo). Y en su casa “todo el mundo tenía un plato de comida”, familia por supuesto, esa saga Flores que creó junto al “Pescailla”, y que se quedó coja tras la muerte de Antonio hijo, quince días después que su madre.

Intensa, su vida dio para mucho, bueno y malo.

Hacienda la condenó por fraude a 16 meses de prisión, que no cumplió, y a una multa de 28 millones de pesetas. De ahí vino su famosa frase: “si una peseta diera cada español...”, una afirmación que hoy hubiera sido “trending topic”. Al igual que aquel “si me queréis irse”, que pronunció ante una Iglesia abarrotada de público en la boda de su hija Lolita, y que hoy todavía suena.

DE JEREZ AL “HOLA”.

María Dolores Flores Ruíz nació en Jerez el 21 de enero de 1923, una fecha que por coquetería la artista siempre negó y se empeñó en rectificar, afirmando que fue en 1928, aunque luego se contradecía al tener que ajustar las cifras.

Algo parecido a la confusión creada respecto a su ascendencia. Lola amaba el mundo gitano, pero no era gitana. Le encantaba decir que su abuelo materno, que vendía aceite por los mercados, sí lo era. Y su hermana Carmen se reía.

Hija de una familia humilde, su madre cosía trajes de flamenca y su padre regentaba una taberna, entre cuyas mesas empezó a bailar la pequeña Lola, que apenas pisó el colegio. Con 16 debutó en el Teatro Villamarta de su ciudad natal. Y después se trasladó a Madrid para cumplir su sueño. En la capital de la posguerra pasó penurias y como ella misma contó, sin pudor alguno, se vio obligada a “vender su honra” para financiar su primera función.

Junto a Manolo Caracol levantó “Zambra”, un espectáculo con el que derrochó arte por España y América. En 1951, terminó la escandalosa relación artística y sentimental con el cantaor y ese mismo año Cesáreo González la ofreció el “contrato de su vida”.

Fue el despegue de la artista, cuando temas como “Pena, penita, pena” o “La Zarzamora” sonaban en las radios españolas. Y fue también entonces cuando conoció a Antonio González, el “Pescaílla”, con quien se casó, embarazada y en secreto, a las 6 de la mañana en el Valle de los Caídos. Antonio estaba ya casado por el rito gitano y tenía una hija, y la familia de la madre de la criatura había amenazado con represalias.

Junto a su marido, el inventor de la rumba catalana, movió las manos y la bata de cola pero también se soltó el pelo y modernizó su estilo. Y además tuvo tres hijos: Lolita, Antonio y Rosario.

Después vinieron los años en los que la familia creció y empezaba a interesar por lo que decía y hacía. Son “los setenta” de Marbella y las folclóricas ya no interesan como espectáculo pero los directores de las revistas del corazón la persiguen.

DE LA ENFERMEDAD AL MITO.

En 1972 le descubren un cáncer de mama -del que no se quiso operar porque no quería que le amputaran un pecho- y a finales de los 80 Hacienda le reclama 40 millones de pesetas.

Pero Lola ya es una leyenda. Polifacética, se prodiga en programas de televisión, como entrevistadora o entrevistada, sola o con su familia, que ya despunta en el panorama artístico español. Comienzan después los homenajes y la lucha contra la enfermedad que finalmente acaba con ella en mayo de 1995, pero no con su recuerdo.

En el año de su centenario, la apertura del “Centro de Interpretación Lola Flores” en Jerez, donde nació, será la mejor forma de rendir homenaje al mito.

Pendiente está también la rehabilitación de la casa natal de la artista, propiedad de un particular, y para la que ya hay creada la plataforma “Si me queréis, restaurarme", algo para lo que seguro no faltarán manos ni ganas. Todo para recordar a esa artista racial que ya forma parte de la historia de España y de muchos lugares de América.

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