A principios del siglo XVIII, a consecuencia de la pérdida de Gibraltar, Algeciras vive su primer gran impulso demográfico y económico. En esta época del renacer como ciudad, la enseñanza brillaba por su ausencia. El capitán Antonio Ontañón, Caballero de la Orden de Santiago, provisionista del presidio de Ceuta y uno de los primeros pobladores de Algeciras (natural de Gibraltar) fue consciente de la necesidad de educar a las nuevas generaciones, y para suplir esta necesidad, donó al fallecer toda su fortuna para la creación de una fundación que construyera un convento y éste mantuviera las cátedras de gramática, filosofía y teología en esta ciudad. Este hecho marca el inicio de la historia de la enseñanza en Algeciras.
El Concilio de Trento (1545-1563) ordenó que en cada parroquia existiera un clérigo que enseñara gramática a los alumnos pobres. Casi todos los sínodos posteriores al tridentino se ocuparon de la escuela estableciendo reglamentos. Una de las razones que influyeron en la importancia de la institución eclesiástica en este campo, es que hasta el siglo XX los párrocos solían ser las personas más cultas, por eso, las cátedras de teología, filosofía, latinidad y gramática eran impartidas mayoritariamente por el clero parroquial.
Conocida la realidad educativa del Antiguo Régimen, comprendemos que Antonio Ontañón buscara una orden religiosa que acogiera su proyecto educativo. La propuesta era donar toda su fortuna valorada en 1.401.141 reales para la construcción de un convento en su propiedad de Algeciras, con el compromiso de abrir antes de diez años las cátedras de gramática, filosofía y teología, con una renta anual de 500 ducados para su mantenimiento. La ciudad ejercería el patronazgo, con la obligación de expropiar el convento si no se abría en la fecha prevista o se cerraban las cátedras el Ayuntamiento, de forma que le entregaría el convento a otra orden religiosa.
En la búsqueda de la institución religiosa, en 1724 le propone este proyecto a la Orden Franciscana del convento de San Juan de Prado en Tarifa (el capitán Ontañón conocía muy bien esta ciudad donde pasaba largas temporadas por ser natural de ella su esposa). Desconozco el motivo por el que los religiosos franciscanos no llegaron a tomar posesión, siendo los beneficiarios, la Orden de Descalzos de Nuestra Señora de la Merced, Redención de Cautivos Cristianos, conocidos como Padres Mercedarios Descalzos.
En 1725, antes del fallecimiento de Antonio Ontañón, comenzaron las obras del convento de Nuestra Señora de la Merced en la calle Imperial (hoy calle Alfonso XI). Concluidas en la segunda mitad del siglo XVIII, se pudo poner en marcha el proyecto educativo.
La enseñanza
De ésta época hay poca información sobre la enseñanza. Sólo conocemos por el profesor Juan Ignacio de Vicente en el libro Historia de Algeciras. El siglo XIX: la consolidación, un poder otorgado el 21 de abril de 1778. En él, Manuel Ortiz manifestaba que era el único maestro de la ciudad, y por lo tanto, pedía que el Ayuntamiento le nombrase para dar educación a los pobres con una asignación de 50 ducados anuales, que, en virtud de ordenes superiores, se pagaba a Antonio Fartoni que había sido maestro antes que él.
Las leyes desamortizadoras instauradas en aquellas época obligaron a que el Ayuntamiento se hiciera cargo, en 1845, de la gestión de la Escuela. Un año después, el Consistorio algecireño solicitó la creación de un Instituto de Segunda Enseñanza, convirtiéndose en realidad por Real Orden de 17 de abril de 1849 con la categoría de Local. Es decir, por este procedimiento, el Ayuntamiento se haría cargo del mantenimiento del instituto.
El director nombrado por el Ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas fue el párroco Simón Jiménez Ruiz. El Instituto empezó a depender del distrito universitario de Sevilla. El primer edificio que ocupó era una casa particular. Ante la necesidad de contar con mayor espacio se trasladó al exconvento de Mercedarios Descalzos. Las circunstancias que rodearon a este centro fueron parecidas a la mayoría de los institutos locales a nivel nacional: penurias económicas, descenso de la excelencia académica, inconformismo del profesorado.…
Ana María Aranda y Fernando Quiles, en su Historia urbana de Algeciras, nos cuentan la impresión que causó el instituto a un viajero anónimo, publicado con el título Algeciras 1854: Una vuelta por el pueblo en el diario La Palma. “Inconveniente, porque ni su plano, ni su situación, ni sus condiciones higiénicas son apropiados para ésta clase de establecimiento. En lo material, la distribución de localidades no puede ser buena, porque ha habido que acomodarse a un plan que no era el suyo: careciendo de patios y grandes ventilaciones, faltan las condiciones de salubridad. En lo moral aún está más pésimamente situado. Sus ventanas caen al patio de la cárcel; y aunque la dirección cuida que estén siempre cerradas, no dejan de penetrar a través de los cristales las palabras y gritos que jamás deben escucharse en el templo de la educación”.
La poca implicación económica del Ayuntamiento en el instituto llegó hasta el extremo de ser suprimido a petición de Juan Blanco del Valle, alcalde de la ciudad. La Real Orden del Gobernador Civil de Cádiz de 22 de junio de 1855 puso fin a esta aventura educativa, liquidando los sueldos de los profesores del instituto con la subasta del material y el resto con fondos del Ayuntamiento.
Vicente Rodríguez García fue director en la última etapa destinado a la Cátedra del Instituto provincial de Palencia el 16 de mayo. No quiero dar cerrojazo al instituto sin hablar de su profesorado, en especial, de uno de los grandes especialistas de la segunda mitad del siglo XIX en geografía descriptiva, el ingeniero industrial José Castelaro Saco, catedrático interino del Instituto desde 1851 hasta 1854.
Hasta la creación de la Escuela de Artes y Oficios (1911) y la restitución del Instituto Local de Segunda Enseñanza (1929), serán la Academia Armenta, el Colegio de Nuestra Señora de la Palma y el Colegio de San Ildefonso responsables de la Enseñanza Secundaria en Algeciras.
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