Solá promete que “a los quince minutos” de empezar la obra, el espectador “habitará en su propia historia personal” y que “dará igual” si su madre se parece o no a Naná (Oteyza): “En todos existe el sentimiento de la protección, del apoyo de la vida con la vida”.
Explica que al autor se le ocurrió “a los 50 y pico años” dar gracias a su madre, recuperando su memoria en una obra hecha “sin desgarros, prejuicios ni miedos”, y en la que propone que “alguien” es único cuando logra despertar en el otro el placer de volver a verla.
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