Un año más, aquí estoy. Vuelvo a escribir sobre algo que a casi nadie le importa y que posiblemente no aporte nada a ningún lector y mucho menos a quienes son protagonistas de forma indirecta de este artículo. Se acerca la Navidad, tan solo quedan cincuenta días para que acabe el año y qué ganas tenemos siempre de darle un cerrojazo a diciembre para esperar con esperanza una nueva etapa que, siento decir, no será muy distinta a la anterior por el simple hecho de sumar un número más al calendario anual. Hay ganas de zambombas, eso parece viendo cómo las redes sociales se inundan de carteles y programaciones que, definitivamente, se me escapan de las manos porque son tantas como incontrolables. Por un lado están las clásicas, la de las peñas, hermandades o negocios de hostelerías del centro. El Teatro Villamarta, por su parte, ya ha colgado el cartel de 'no hay billetes' en alguna de sus funciones, estando a punto de agostarse el resto. Me consta que algunos dirigentes del coliseo están cada vez más en contra de que se programe tanta oferta navideña, piensan que cualquier año el castillo de naipes se va a caer y alguno de los espectáculos va a pinchar. Por ahora, nada de eso.
Luego están las que se celebran en los bares de copas o restaurantes con su paquete turístico en el que se encuentra el menú, la zambomba y la barra libre. Todo esto puede convivir y de seguro que, aunque serán las menos ocasiones, puedan verme en alguna de ellas. Y aquí no va la crítica porque soy de los que celebran los éxitos ajenos y me alegro enormemente que el dinero fluya por los bolsillos, sobre todo en el ámbito de la hostelería que sufre las subidas de impuestos, gastos de luz o agua como posiblemente ningún otro sector en relación a sus ingresos.
Pero vamos a ser un poco serios. Si la zambomba es una fiesta tradicional quiere decir que de por sí debe cumplir una serie de requisitos para que no deje de serlo. La tradición implica compromiso, que lo que se ha recibido de generaciones atrás pueda ser transmitido a las futuras y, para eso, hay que cuidar un poco la esencia. La sustancia, como diría Manuel Morao, no es más que la convivencia entre iguales, en un momento determinado del año y con unos elementos definitorios. Del anís o el ponche pasamos al whisky o al ron, de los villancicos populares pasamos a las composiciones de autor que nadie canta, del compartir a modo coral coplas y romances pasamos a los solos de garganta fina, de los dulces típicos pasamos a la tapa del bar más cercano, de la zambomba como instrumento pasamos a la caja, de la candela encendida pasamos a las estufas de 'seta', y de diciembre, que es lo peor, pasamos a noviembre.
Es lo que más raro me parece de esta involución. ¿Estás leyendo este artículo en mangas cortas? Creo que aunque no todo lo que fue tenga que ser tal como lo conocimos, pues es lógico que todo finalmente sufra cambios a tenor de los tiempos, sí que hay aspectos que no deben llevarse hasta su lado más kafkiano. Todos debemos sentirnos responsable de lo bueno y malo de este acontecimiento para que no se nos rompa "el amor de tanto usarlo". Que aparezcan carteles con zambombas el 12 de noviembre, fiesta por cierto declarada Bien de Interés Cultural, es de risa. Ya no digo que se espere hasta el puente de la Inmaculada, como en otros tiempos, pero al menos esperar hasta los últimos días de este mes. Cuando de verdad sea el momento oportuno, vamos a estar de villancicos empachados. Gracias por leer este sermón, queridos amigos.
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