Notas de un lector

Martin Carter, a la contra

Desde la Fundación Sinsonte, creada para promover en España los logros artísticos de la cultura antillana y caribeña, el poeta zamorano Juan Manuel Rodríguez Tobal dirige la bella colección de poesía “El sinsonte en el patio vecino”, que acaba de sumar su séptimo volumen.
Antes de la aparición de “Poemas de afinidad y resistencia” de Martin Carter -poemario que me ocupa-, Nicolás Guillén, Olga Sánchez, Aimé Césaire, René Depestre, Saint John-Perse, Aitana Alberti y Nancy Morejón, dejaron el eco de sus voces envueltos en estos sugerentes y líricos volúmenes.


En edición bilingüe y con traducción e introducción de Luis Ingelmo, se nos presentan en castellano los versos -hasta ahora casi desconocidos- de Martin Carter (1927-1987), uno de los poetas antillanos del siglo XX de mayor trascendencia. Nacido y criado en Georgetown, Guyana -conocida entonces como la Guayana Británica-, su poesía está íntimamente ligada a la defensa cívica de sus raíces y a la reivindicación de una tierra que debió luchar contra la opresión y la injusticia. En 1966, la Guayana Británica se independizó del Gobierno de Londres y pasó a llamarse República Cooperativa de Guayana. El propio Martin Carter pasaría a formar parte de dicho gobierno y desde muy adentro, pudo ser testigo de los amargos entresijos de la vida política activa.

Sus dos primeros poemarios datan de 1952, y en ellos -Carter trabajó como director de prisión en Georgetown-, ya se adivinan los espacios y protagonistas principales de su existencia. Concienciación social, deseos de independencia y cánticos a favor del hombre y su indisoluble libertad.
En 1954, tras ser encarcelado durante seis meses por participar en una manifestación del Partido Progresista del Pueblo (PPP), pergeña en prisión sus “Poemas de resistencia de la Guayana Británica”, un cántico de rabia e impotencia vital (“No es fácil dormir/ cuando en la cabeza te retumban los pasos del soldado./ No sabes si dormir o despertar/ cuando un rifle choca contra el pasillo metálico”).
Poesía del pueblo y para el pueblo, sin oropeles ni artificios; versos salidos de la verdad de un hombre que clamaba por una necesaria justicia común: “Aunque me apuntéis al corazón con vuestros rifles/ levanto el puño en lo alto y canto ¡LIBERTAD¡”

Su quehacer toma un rumbo muy distinto con la edición en 1980 de sus “Poemas de afinidad”, en los cuales se aprecia “la desilusión que el poeta había sufrido por la situación política y social de Guyana, entregada a una creciente polarización racial y a una casta política no poco corrupta”, tal y como afirma en su prefacio Luis Ingelmo. Además, su decir toma acentos de mayor hondura reflexiva, de mayor concentración humana. De ahí, que surjan poemas tan reveladores como “Semillas de Dios”, “Una especie de furia” o “Que los niños se críen salvajes”: “No hay por qué tirar una flor, tira/ un pétalo. Es la lluvia prima/ del aire, la sangre de los padres./ Que los niños se críen salvajes/ o que cese el modo en que los hombres/ viajan por los rizos de la tierra,/ por la libertad de una guitarra”.

Poemario, en suma, que aproxima al lector a la obra viva y aún latidora de un excelente poeta, en constante búsqueda de la identidad ulterior del ser humano.

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