Notas de un lector

Pura poesía

“Flores en la cuneta”, (Hiperión. Madrid, 2009) de Alejandro Céspedes, fue galardonado con el XXV Premio Jaén de Poesía. Tras la lectura de “Sobre andamios de humo”, (2008) -que recogía siete de sus ocho poemarios publicados hasta entonces-, escribí que el verso de Alejandro Céspedes abriga en su decir un constante desafío frente a la palabra y a la existencia. Ahora, su cántico, se extrema y se afianza aún más, tras dar a la luz un espléndido libro en donde la desolación que provocan los accidentes de tráfico (“cadáveres de animales, zapatos desperdigados y ramos de flores”), se torna protagonista de esta arriesgada apuesta.


Los títulos de los poemas -extraídos de los anuncios automovilísticos de la televisión-, dan pie a una doliente mirada que va escrutando el destino fatal, la sed de la muerte, el alma lacerada.., porque “la carretera es un reptil” y con su lengua bífida, desleal, lame la certeza de cada descuido, de cada imprudencia… y de la noche a la mañana “Tu padre conduce tu silla por las calles”. Hay aquí reunidos, numerosos ejemplos de poesía en estado puro, de poesía que se abre y nos abre en canal, resuelta con precisión y equilibrada polisemia: “Los tres cayeron en coma/ por no hacer punto y aparte/ ante tres puntos de luces./ El electrocardiograma/ va de puntos suspensivos/ a línea continua”.

Como bien anota Julio Mas Alcaraz, en su epílogo, “Flores en la cuneta”, resulta “inquietantemente hermoso en su visión descreída del dolor humano y de su fragilidad”. Y además, añadiría yo, en su sugeridor juego de espejos, en su dicotomía de sombras y paraísos, en su honda y amatoria reflexión humana: “No me cerréis los ojos, sólo los desgarros./ Dejadme ver mi autopsia/. Así podré saber donde se oculta el alma que hizo que me durmiese para poder marcharse antes de tiempo”.

“Con las alas de una alondra madrugando” (Hiperión. Madrid, 2009), David Rey Fernández obtuvo el XII Premio de Poesía Joven “Antonio Carvajal”. Este gallego del 85, inédito hasta ahora, muestra en su bautismo lírico unos recursos y una madurada destreza, que sorprenden desde el emocionado pórtico que dedica a su madre: “Me dijo:/ escribe con distancia/ pero/ sin olvidar el cuarzo negro de la mina diaria/ lo marchito y oscuro que ya está en las semillas./ Añadió:/ vivir es defenderse de la vida”.
Apoyado en el magisterio quevediano -además de Rosalía, Machado, Salinas-, David Rey ha vertebrado un intenso poemario donde convergen el amor y la nostalgia, la malograda felicidad y la culpa pretérita; y ha sabido, a su vez, envolver con un hálito sugeridor los entresijos de la memoria y los pasillos silentes del fenecimiento: “Yo converso con todo lo que tiene una herida/ y entre todos los muertos me levanto,/ entre todos los muertos, con rocío en los dientes, me levanto”.

Lejano ya de cuanto sostuvo su férvido aliento vital, el poeta ferrolano, se sabe distinto del que habitara los paisajes dichosos y amantes. Por ello, en su coda, confiesa: “No volveré en el rumor del viento,/ regresaré en las uvas/ que la luz levantó desde mi carne”. Y desde esa renovada incandescencia, su verso seguirá iluminando una senda muy prometedora. Y una lírica capaz de muy altas cotas.

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