El Gobierno alemán está estudiando la posibilidad de conceder cheques de 500 euros a las familias que decidan pasar los meses más fríos en el sur de Europa, ante el temor de que el precio del gas haga insostenible la situación en su país llegado lo más crudo de un más que probable crudo invierno. Canarias ha levantado la mano para ofrecerse como destino preferente, y lo mismo podríamos hacer desde la provincia de Cádiz -como lo hará probablemente la Costa del Sol-, de cara a la desestacionalización de un sector que, en nuestro caso, adolece sobre todo de más viajeros internacionales.
Es una de las consecuencias extraídas del primer balance de datos de ocupación hotelera del mes de agosto hecho público esta semana por Horeca, que vuelve a apuntarse a los análisis satisfactorios sin entrar en detalles. Son satisfactorios, sobre todo, desde el punto de vista de las reservas hoteleras, que han rozado el 90% de media a nivel provincial: un dato excelente, ya que supera levemente el alcanzado en agosto de 2019, el verano previo a la pandemia, pero que no ha igualado la cifra récord de hace un año.
No es el único pero. Está el de la reducida presencia de turistas extranjeros -a falta de que lo confirme en unos días el INE- y el de la reducción del consumo, del que todos hablan sin aportar cifras exactas, pero como una realidad constatable, tanto por las mesas vacías de algunos restaurantes, como por la pérdida de músculo de las cuentas corrientes a causa del alza de precios.
En cualquier caso, no hay objeciones posibles. La oferta de ocio de toda la provincia en verano no puede ser más completa, tanto en la costa como en el interior, y la calidad de los servicios turísticos, como el prestigio creciente de la gastronomía gaditana, son en este momento pilares sólidos sobre los que seguir construyendo una marca propia que sigue sin encontrar su techo, porque se encuentra lejos de nuestras fronteras y con un calendario plagado de vacantes entre los meses de otoño y de invierno.
Toda la preocupación fuera ésa, pero no es la única. Ni siquiera es necesario mantener la sana costumbre de cambiar de canal cuando llega el turno de los telediarios -o el “parte”, como decía mi abuelo a la hora de comer-, ya que nos basta con ver los precios de la carne y la fruta en el mercado para hacernos nuestros propios titulares, o con abrir la carta del recibo de la luz, el gas o el agua para ampliar los subtítulos.
Vivimos inmersos en una película de miedo que empezó hace más de dos años con la llegada de la pandemia y a la que hemos dado continuidad con una guerra en suelo europeo y con una nueva crisis económica que parece querer convertirnos a todos en los participantes de la primera prueba del juego del calamar: el que se mueva la lleva clara. ¿O acaso alguien ha levantado la voz? El campo lo hizo, y tampoco parece que sirviera de mucho. De hecho, ahora tiene un problema más grave, el de la sequía, que no puede resolverle ningún gobierno, y mucho menos el de Pedro Sánchez, que ya se ha aprendido de memoria que todo es culpa o del cambio climático o de Vladimir Putin, o, llegado el caso, de Feijóo, pese a que les anticipó la idea de la reducción del iva del gas.
Dice Santiago Casal, portavoz de Andalucía por sí en Jerez, y con una larga trayectoria en el movimiento asociativo y vecinal, que la falta de movilización en las calles se debe a que los propios colectivos no han sabido adaptarse a los tiempos y a que tampoco se ha producido un relevo generacional. Pero es que cuando se ha producido, sus impulsores siempre han parecido más preocupados con vivir su propio “mayo del 68” que con lograr cambiar las cosas, mientras que los del 68 auténtico les reprochan que nunca conseguirán lo que ellos. Al final va a ser una cuestión generacional.
De una u otra forma, los problemas siguen ahí, y aguardamos atemorizados a recibir y seguir las instrucciones hasta que pase de nuevo el temporal, como hicimos contra el virus, que nos inoculó esta nueva forma de percibir el mundo.
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