El Tour de Francia ya tiene su duelo: El danés Jonas Vingegaard bajó de los cielos al esloveno Tadej Pogacar, quien ahora promete venganza. Los tambores de guerra suenan en la carretera y el Alpe d'Huez, meta de la etapa de este jueves, es el primer campo de batalla.
Tras diez días de control y dominio absoluto de la carrera, el ganador de las dos últimas ediciones hincó la rodilla en el ascenso al terrible Granon, donde salió triunfante el danés, segundo el año pasado en el podio de París y nuevo líder de la general.
Si hasta esta etapa nada parecía poder privar a Pogacar de su tercer triunfo, la estrategia de acoso puesta en marcha por el Jumbo de Vingegaard acabó por mermar su fortaleza y ahora el Tour es un duelo entre dos ciclistas en su pleno apogeo.
El esloveno, que sonreía tranquilo tras haber aguantado los ataques de los Jumbo en el Galibier, acabó con el rostro descompuesto en la meta, pero sin entregar las armas: "Me han atacado una y otra vez. Ahora me toca golpear a mi".
Pogacar, combativo y ambicioso, repetía una y otra vez que la carrera está viva y que habrá batalla hasta el último aliento: "He perdido tres minutos, pero lo mismo puedo ganarlos yo en otra etapa. Voy a intentar recuperar el tiempo perdido, desde mañana me pongo a atacar".
La carrera cambia de cara. Ahora el Jumbo, sin duda la formación más fuerte del pelotón, tendrá que estar a la defensiva.
"Pogacar es mi principal rival", dijo el danés, olvidando al francés Romain Bardet, que ahora es segundo de la general, seis minutos por delante del esloveno.
"Sé que hará todo lo posible para recuperarlo en las dos semanas que quedan y yo, al revés, haré lo mismo para poder mantenerlo", comentó.
El danés entró con casi tres minutos de ventaja en la meta, casi sin aire, con el contador a cero y apenas pudo dar un paso cuando bajó de la bici. "Cuando vinimos a reconocer las etapas de los Alpes yo no subí este puerto. Me ha sorprendido su dureza. En los últimos dos kilómetros ya solo quería llegar".
FRÍO SALUDO
Poco después se subió a una bici para hacer algo de rodillo mientras telefoneaba a su esposa. Pogacar fue a saludarle, pero el danés, frío, apenas le atendió. El duelo también está en esos gestos.
Ahora Vingegaard tiene que demostrar si hay un campeón en este ciclista de 25 años que se hizo escalador en un país sin montañas y que se vio propulsado a la primera línea mediática cuando el año pasado falló el jefe de filas del Jumbo, Primoz Roglic.
Entonces mantuvo el tipo y fue capaz de acabar segundo en París, pero nunca ha llevado en sus espaldas el peso de un maillot amarillo, que hace juego con su rostro pálido, aniñado y que le obligará a dar un salto de personalidad.
El nuevo líder del Tour no tiene un gran palmarés. Segundo en el Tour es casi una rareza en su currículum. Este año, ya con más galones, fue segundo en la Dauphiné por detrás de Roglic, aunque ya entonces muchos pensaron que Vingegaard era el más fuerte.
Formado fuera de su país, de vocación tardía en el ciclismo, hace cinco años estuvo a punto de dejarlo todo cuando se partió el fémur.
Entonces comenzó a trabajar en una fábrica de procesamiento de pescado en Hanstholm, un puerto danés que mira al mar Báltico y desde el que parten los ferris hacia las Islas Feroe.
Encargado de registrar las entradas de cargamentos de los barcos, un joven con rostro afilado sanaba sus heridas mientras soñaba con su profesión. En cuanto el hueso solidificó, compatibilizó el trabajo con el entrenamiento.
"No es fácil madrugar para ir a la fábrica, pasar ocho horas al pie del cañón y por la tarde otras cuatro o cinco sobre la bicicleta. Eso forja el carácter", asegura el ciclista.
Harto de un país donde la cota más alta está a 175 metros, le insistía a su padre viajar a Francia para practicar su deporte favorito. Ahí, subiendo puertos en los Alpes, pasaba los veranos de vacaciones la familia. Ahí, el ciclista llegado del llano, se hizo escalador.
Y ahí dio el zarpazo a una carrera con la que siempre soñaba, como sueñan los niños que algún día quieren estar en la piel de sus ídolos.
El sueño, como pasa en los cuentos, se hizo realidad y ahora Vingegaard está arriba, vestido de amarillo, sin palabras para describir lo que pasa por su mente y, al tiempo, sabedor de que haber ganado una batalla no le convierte en el vencedor de la guerra.
Vingegaard y Pogacar se han dado cita y el asfalto que queda hasta París les ofrece argumentos para la pelea. Los dos tienen argumentos para ilusionarse y saben que quedan muchos golpes por delante.
"No apaguen sus televisores", dice el esloveno.
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