No sé si te has mirado las manos después de golpear con saña un trozo de piedra sin valor para ti. Si ibas solo, si ibas con amigos. Si cuando te levantaste esa mañana y miraste tu rostro adormilado en el espejo, eras consciente de lo que ibas a destruir más tarde. Si al escuchar tu voz despidiéndote de tu familia (presumo que tienes familia, o algo parecido) para salir a la calle nadie notó que a la calle no salía una persona normal, un gamberrillo, un chaval, o una chavala con ganas de liarla, porque ¿quién no ha tenido a esa edad ganas de liarla?, sino que salía un vándalo dispuesto destrozar parte del alma de esta ciudad.
Presumo también que eres joven, porque cuando leemos vandalismo en la prensa siempre suponemos que son chavales, de barrios marginales, con familias conflictivas. Y eso puede que sirva de explicación, nunca de justificación.
Pero puede que no seas joven. Que no seas pobre ni marginado. Puede que seas un pijo o una pija con dos copas de más y mucho cabreo en el cuerpo. No lo sé, no puedo saberlo, porque no es fácil establecer el patrón del indeseable que entra por las puertas de unos de los lugares más bellos de esta ciudad, como es el Parque de María Luisa, dispuesto a destrozarlo.
Sin motivo, porque nunca hay un motivo para eso.
Lo que sí sé es que nadie te ha contado que ese trozo de piedra al que has golpeado y que ha caído inerte al suelo, tiene alma. Tiene el alma de todos los que fuimos jóvenes y nos robaron el primer beso en aquellos bancos que rodeaban la Glorieta de Bécquer.
El alma de aquellos tres estados del amor por el que hemos transitado todos. El alma del ciprés que cobijó nuestros labios que recitaban de memoria los versos que escribió el poeta, y que hicimos nuestros en cada carta, en cada mirada, en cada historia de nuestras vidas. El alma de una Sevilla atemporal que se resguarda del hormiguero incesante de lo cotidiano, en el remanso silencioso de ese rincón.
Sé que nadie te ha contado nada de esto, porque si hubiera sido así, tú, vándalo que has destrozado el anaquel donde se depositaban las cartas al poeta, sentirías vergüenza de ti mismo.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es