La capacidad de aguantar el sufrimiento es uno de los atributos de la naturaleza humana. Es privativa de nuestra identidad la consciencia de los daños que somos capaces de soportar.
Hay sucesos que nos hacen llegar al límite. El asesinato en Sueca por un padre de su propio hijo es un crimen horrendo. Lo ha hecho para matar en vida a su mujer, que quería separarse. Cada puñalada en el pequeño cuerpo de su hijo, que cumplía ese día 11 años, es la plasmación de una venganza sobre la madre que había decidido apartarse de quién la maltrataba de continuo. Un crimen nefando, repulsivo, desquiciado, que exige el cumplimiento de una pena que nunca será equiparable al daño causado a su hijo, ya asesinado, ni a la madre, que es a la que se condena, en vida, al martirio del recuerdo de la imagen vívida del hijo que entregó para un fin de semana y nunca volvió. Es un crimen conmovedor. Es la violencia de género que algunos se atreven a negar. No es violencia familiar ni intrafamiliar, es un explícito “te mato para que tu madre sufra toda su vida -si ya puede llamarse así a lo que le queda por vivir-porque tu madre no se pliega a ser siempre mía”. No hay palabras para definir el horror. “Te voy a amargar la vida”, le dijo, y lo hizo.
El otro horror se llama Bucha. Los rusos, en su retirada de los alrededores de Kiev, han dejado una estela de crímenes, con la matanza indiscriminada de civiles. Es su Guernica, su atroz Buchenwald, Dachau o Auschwitz, o Srebrenica. Que lo hagan los que en la Segunda Guerra Mundial liberaron los campos de concentración es doblemente sangrante. Matar por matar. Es la guerra espeluznante que algunos están negando, a pesar de las evidencias. Que lo niegue Putin o sus ministros es lógico, porque viven en la mentira de una agresión a su nación que nunca se produjo. Que lo quieran desmentir derechistas autoritarios, que añoran el fascismo, o izquierdistas desnortados, que creen en la pervivencia de la sagrada Unión Soviética es más que penoso.
Que se abra el camino la negociación y la paz ha pedido el centenario humanista Edgar Morin. “Penser l’Europe” sigue siendo un libro de cabecera, pero Europa hoy está en su mayor crisis.
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