Sevilla

Conchi Rosado, una vida al volante en Sevilla

Con 36 años, Conchi Rosado se convirtió en la primera conductora de autobuses urbanos de Sevilla, de la primeras en Andalucía, pero ya era taxista y camionera

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  • Conchi Rosado. -

Con 36 años, Conchi Rosado (Sevilla, 1964) se convirtió en la primera conductora de autobuses urbanos de Sevilla y una de las primeras de Andalucía, aunque antes había sido taxista con licencia propia y camionera, una vida al volante en la que ha logrado conquistar espacios hasta entonces reservados a los hombres.

Le pusieron "palos en las ruedas" pero nunca se desanimó: su primer trabajo fue como moza de almacén en una tienda de muebles de Sevilla: "cuando fui a la entrevista, el dueño se sorprendió, me aclaró que lo que buscaban era un 'mozo' de almacén, le dije que me diera una oportunidad, que no tenía nada que perder y me cogió en periodo de pruebas", relata a EFE.

Eran los años 80, en plena crisis, su padre trabajaba en la construcción y había muchas penurias en una familia con cinco hijos, así que, sin decir nada a sus padres y tras consultar en los anuncios de ofertas de empleo de un periódico, se presentó en la empresa y logró el trabajo: "un compañero muy bueno me enseñó que se requería 'más maña que fuerza' y así fue, en una semana ya sabía cómo cargar sola un sofá de tres plazas".

Después pasó a la sección de ventas, se le daba tan bien que logró ahorrar el dinero suficiente para invertir en la compra de la licencia de un taxi, aunque antes trabajó también como camionera en la empresa de patatas Matutano: "llevaba el camión, descargaba el producto y lo reponía en los supermercados".

Estuvo también en el departamento de ventas de un concesionario de la Ford: "He hecho muchos trabajos que estaban reservados para hombres", subraya poniendo el acento en su pasión por el mundo del motor.

La decana de las conductoras de autobuses de Tussam, que tenía ya entonces el carné de tráiler y el de remolque -actualmente no son necesarios-, sacó las oposiciones en el 2000, aunque llevaba algunos años intentándolo hasta que logró superar las pruebas psicotécnicas.

Sus seis años previos como taxista le facilitaron mucho el trabajo porque conocía "al dedillo" las calles de la ciudad y sus semáforos y, casi más importante, había desarrollado un sexto sentido en la atención a los usuarios del transporte público.

La "autobusera", que ha promocionado en la empresa y desde el 2008 es supervisora, tiene muy buenos recuerdos de su etapa como conductora, en la que los episodios de estrés no tenían nada que ver con el oficio, sino con inconvenientes mucho más básicos, como el uso de los aseos, porque en aquella época eran inodoros "a la turca", pensados para hombres.

Por lo demás, no tuvo mayores problemas aunque reconoce que los usuarios se sorprendían muchísimo cuando al abrir las puertas del autobús la veían al volante: "se quedaban un poco impactados, algunos, sobre todos personas mayores, decían que preferían esperar a que pasara otro autobús".

Otros, más disimulados pero también reticentes, se quedaban mirándola muy de cerca mientras conducía, como si no se fiaran, pero la mayoría la aceptaban muy bien: "decían que tenía mucha sensibilidad cuando frenaba, que se notaba que era una mujer".

Actualmente hay más de cien mujeres en una plantilla de algo más de 1.700 trabajadores, muchos de los cuales no ocultaron sus "recelos" al inicio por la competencia que suponía, pues era costumbre que hijos de los conductores siguieran la tradición, hasta que las hijas de otros se animaron y pisaron también el acelerador.

Conchi estuvo como conductora de autobuses hasta el 2009, cuando pasó al tranvía de Sevilla: "es distinto por completo; en el tranvía se necesita temple, en el autobús nervio porque hay que ir sorteando a otros vehículos y, si se te cruza un peatón, puedes dar un volantazo, mientras que en el tranvía tienes que desacelerar".

Su línea preferida de autobuses era la 34, la que llega al barrio de Reina Mercedes, de ambiente universitario: "la mayoría de los usuarios eran estudiantes, no les importaba si llovía o si alguna vez se retrasaba el autobús, nunca ponían mala cara", recuerda antes de señalar que los jubilados, en general, se quejan más.

Pero los momentos más "delicados" los vivió durante los trayectos nocturnos: "hay que estar en alerta, a veces te encuentras con jóvenes que van bebidos y no quieren pagar; en esos casos, no puedes dejarles pasar; recuerdo que le dije a uno delante de sus amigos: '¿tan difícil me lo vas a poner?' y entonces, un poco avergonzado, pagó".

Llega un momento en que "a estas personas 'se les ve venir de lejos', se les reconoce hasta por la forma de poner los brazos o de ladear la cabeza; si le pones buena cara y le hablas con amabilidad, se desarman", asegura.

Pero hay también anécdotas felices en la memoria de todos los conductores de Tussam, la mayoría relacionadas con los objetos perdidos.

"Una vez se dejaron una cartera con 3.600 euros, un usuario la encontró y se la entregó al conductor; cuando el propietario la recibió estaba tan contento que le dio a mi compañero 200 euros de propina", cuenta Rosado, que agrega que en otra ocasión, en la línea que lleva al Aeropuerto de Sevilla, un fotógrafo de National Geographic se dejó una cámara valorada en 10.000 euros. Antes de embarcar ya le había sido devuelta.

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