“Vamos a la calle a dar una vuelta, aquí no hay sirenas; no hay nada, puedes salir”, le dice una y otra vez María Popyk a su nieto de tres años. Desde la noche del sábado está a salvo en casa de su abuela, en Jerez, pero al pequeño le cuesta olvidarse de la pesadilla que ha vivido desde el pasado 24 de febrero, cuando el ejército ruso invadió Ucrania, y su familia se refugió en el sótano de su vivienda, en la ciudad de Ivano-Frankivsk, muy cerca de una base militar. Demasiado. Lo suficiente para que su casa “temblara” por las explosiones y el estruendo de los bombardeos aún resuenen en sus cabezas.
“Ni mi hija ni mi nieto quieren salir, no tienen ganas; el niño tiene muchísimo miedo. Con cualquier golpe o ruido se asusta y se va corriendo. Todo el rato me cuenta abuela, la casa temblaba, abuela...y se queda sentado mirando a la tele“.
María, vecina de Madre de Dios, es ucraniana pero lleva veinte años viviendo en Jerez, la ciudad natal de su marido, y donde también ha sufrido su propio calvario en la distancia desde hace dos semanas.“Desde ese día he dormido poco mirando en internet, por si llegaba (el ejército) hasta allí. Tienes allí a tu única hija y a tus dos nietos; no sabes qué va a pasar con ellos; se pasa muy mal”, relata a Viva Jerez.
Ania, su única hija, ha vivido temporadas con ellos en Jerez con sus dos hijos, que ahora tienen 17 y tres años, pero hace siete regresaron a Ucrania por un problema de salud de su suegro.
No se veían desde antes de la pandemia. Nunca se imaginaron que el reencuentro iba a producirse en estas circunstancias tan dramáticas. Lo importante es que ya están juntos, aunque su yerno se haya tenido que quedar en su país (los hombres no pueden abandonar Ucrania por si son llamados a fila). Ania, de 36 años, con sus dos nietos de tres y 17 y una amiga con otra hija también de tres años llegaban el pasado sábado por la tarde a Sevilla tras tres días de viaje. Allí por fin podían abrazarse “llorando” tras toda una odisea para cruzar la frontera y después de dos semanas refugiados en los sótanos de sus viviendas y escuchando los bombardeos.
“Ha sido un poco complicado todo”, reconoce Ania, a quien le cuesta todavía verbalizar cómo ha sido huir de la guerra. “Estuvimos más de 10 horas de pie, con temperaturas bajo cero”, cuenta. Una situación extrema que ha hecho que la salud de su pequeño se resienta, dado que está delicado de los pulmones. De hecho tuvieron que llevarlo a un médico, y ayer acudieron a un centro de salud para que lo traten. No puede seguir hablando. Es su madre la que explica cómo fue la salida de Ucrania. Fue el marido de su amiga, la que ha huido con ella a Jerez, quien los llevó a todos en un coche hasta la frontera de Ucrania con Varsovia el pasado miércoles.
Una vez allí, tuvieron que aguardar a pie y hacer cola con 200 personas pasando mucho frío. Además de la incertidumbre por saber qué iba a ser de ellos, esa fue la peor parte. Una vez que cruzaron la frontera y llegaron a Polonia, pudieron respirar tranquilos. “Les dieron algo de comer caliente en el campamento de refugiados, y ellos cinco y tres personas más, voluntarios, viajaron en una furgoneta hasta Madrid". Ya en la capital cogieron un tren a Sevilla, donde María y su marido les esperaban. “Gracias a Dios ha salido bien”, señala. Ahora, como a otros tantos compatriotas, les toca empezar de cero y aprender a vivir con el trauma de esta guerra en la distancia.
En la actualidad, y según datos del padrón municipal, en Jerez hay empadronadas 230 personas de nacionalidad ucraniana, 154 mujeres y 76 hombres. El Ayuntamiento ha constituido una mesa de trabajo con las asociaciones encargadas del dispositivo de acogida de desplazados de Ucrania, mientras que la ciudad también se ha movilizado para colaborar y enviar ayuda humanitaria.
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