Contienda, conflicto, combate, pelea, lucha, enfrentamiento o disputa. Todos son sinónimos de la asquerosa palabra que actualmente encabeza las noticias del mundo, la puñetera guerra. Y todas estas palabras, según mi opinión, y creo que la de una inmensa mayoría, son igual de desagradables.
Cuando, por este rincón, deberíamos estar escuchando el sonido de caja, bombo y guitarra, un siniestro personaje, el puto Putin, ha decidido emular a otro de cuyo apellido mejor no acordarse, así que lo nombraremos como, simplemente, Adolf.
También, para intentar escapar, aunque sea difícil, de la dichosa palabrita de marras, voy a usar en este artículo otra (batalla), que parece un poco más llevadera.
Dijo una vez Asimov que la violencia era el único recurso del incompetente. Y para ilustrar esta sabia reflexión, nada mejor que un par de ejemplos.
-En 1.242, los caballeros teutónicos de Livonia se empeñaron en forzar la batalla del hielo. En un lago helado, dichos caballeros se tuvieron que retirar con suma rapidez porque sus pesadas armaduras provocaron que el hielo se quebrara. Gran inteligencia la de aquellos mandatarios.
-En 1.788, el ejército austríaco, pensando que luchaba contra los otomanos, se atacó a sí mismo causando la muerte de 10.000 de sus propios soldados.
Si hacemos un recuento de las pérdidas humanas computadas en las batallas más sangrientas de la historia, sale como resultado la escalofriante cifra de 220 millones de personas.
Pero puestos a rebuscar en la historia, prefiero hacerlo sobre unos enfrentamientos cuyos proyectiles se disparaban con tinta y se agrupaban en originales versos. En el llamado siglo de oro, en España abundaron los genios. Y cuatro de ellos, cuatro literatos inolvidables, protagonizaron un combate de poesía con fuego a discreción. Por una parte, Quevedo y Góngora se retaron a un duelo donde cada soneto mejoraba al anterior. Y tampoco era moco de pavo la disputa entre Lope de Vega y Cervantes.
Pero, sin ningún tipo de dudas, las batallas a las que siempre me apuntaría serían las de coplas entre dos agrupaciones de Carnaval en cualquier calle. El único daño que causan a la humanidad estas luchas es el de un terrible ataque de risa con las perpetuas secuelas de volver al lugar de los hechos un año tras otro. En fin, unas heridas que jamás se van a curar, convirtiendo el sufrimiento en eterno.
Los también geniales componentes del dúo Gomaespuma, llamaban al presidente ruso Prostitutin. Seguro que ya entonces le adivinaban las malignas intenciones que el personaje albergaba.
Ya sea como el puto Putin o como Prostitutin, las sempiternas trabajadoras del amor no tienen nada que ver con este ser maligno que se ha empeñado este año en hacer bueno el estribillo de aquel inolvidable cuarteto.
“Ay que casualidad, ahora una guerra mundial. La gente no respeta ni que estamos en Carnaval”.
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