Nos conocimos en maternales o párvulos. No recuerdo bien. Fuimos de la generación de EGB, vivimos los primeros y convulsos años de la Constitución del 78, y desde entonces, tenemos dos citas anuales inexcusables: una en diciembre en Madrid y otra en mayo en Cádiz. Me refiero a los amigos de la infancia, ese selecto e irrepetible grupo que eleva el concepto de la amistad a su máxima cota. Luego, la vida te regala a otras (pocas) personas que se incorporan a ese mismo carro de escogidos.
Hablo en primera persona porque esa vida, la misma que nos unió, nos ha dado una bofetada de realidad. Desde hace más de una década nos juntamos para pasar un fin de semana de mayo en Cádiz, si me permiten denominar así a la parte de la ciudad allende a Puertatierra. Los primeros años nos alojábamos en una pensión. Posteriormente, nos cambiamos al Playa Victoria. Casa Manteca, Ventorrillo El Chato, Bebo Los Vientos, barrio de La Viña, la Plaza Mina y la Caleta nos han visto durante todos estos años por mayo, aunque también la Comisaría de Policía, el Hospital o algún centro de salud. Hemos disfrutado con la ciudad y el aje de los gaditanos.
Durante esas más de 48 horas nos regocijamos en los mismos recuerdos como si fueran vividos de nuevo, prolongamos la sobremesa hasta la expulsión por agotamiento de los camareros, profesionales agasajados, eso sí, con un constante ejercicio de abrazafarolismo -que diría García- al servir las viandas. Durante todos estos años, hemos compartido planta con el entonces presidente Mariano Rajoy, nos hemos hecho del Cádiz hasta el extremo de disfrutar del palco del entonces Carranza e incluso poder pisar el césped en el que jugó Mágico González, y todo ello gracias a la cortesía del club.
Durante ese fin de semana, regresamos a nuestra feliz infancia y repasamos los años vividos en una especie de proceso similar al del curioso caso de Benjamin Button. Sin embargo, la vida nos ha dicho: “eh, aquí estoy”. Era una cuestión de tiempo. Tenía que llegar aunque nos pese. Fue el martes. Sin previo aviso. A bocajarro. Sin rodeos. El hotel nos dijo que teníamos descuento por mayores de 55 años. ¡Qué bastinazo!
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