No hay forma de que el proceder político se visualice por la gente como racional. Para muestra valen un par de ejemplos. Un presidente, que gobernaba cómodamente, decide convocar elecciones para aumentar su ventaja electoral y derrotar a sus adversarios. En Andalucía también se ha visto en el pasado. Se celebran las elecciones y el resultado no responde a sus previsiones sino que le hacen prácticamente imposible tanto su elección como la gobernabilidad.
Ahora pide auxilio para que todos colaboren en su elección. Por lo visto, se lo cree merecer. A unos y otros - de bandos encontrados- les pide que se abstengan para que él se acomode en su poltrona, tras ponerlos a todos a caldo con un tono insoportable. Se da la circunstancia de que las anteriores elecciones las ganó otro de un partido distinto y él, a pesar de no ser el de la lista más votada, se alió con otros para conseguir su elección. Y lo logró. Con el paso del tiempo se hartó de dicha compañía, que lo hizo presidente, y decidió quitarlos de en medio -políticamente, claro-. Ahora la historia comienza de nuevo. ¿Qué avales tiene semejante sujeto -político- para solicitar de nuevo la confianza, con el proceder acumulado en su trayectoria? La solicitud se hace a cambio de nada. Sin contraprestaciones ni en Castilla y León ni en España. Por su bonita cara.
Otro señor tenía gastroenteritis aguda -era diputado- y solicitó votar por un procedimiento previamente aprobado para las causas de fuerza mayor, por vía telemática. Se han realizado muchas miles de votaciones por dicho sistema, que requiere dos comprobaciones sucesivas y un OK bien visible. Nunca antes nadie protestó, a pesar de las múltiples equivocaciones cometidas, por distracción, por gamberrismo o porque sí. En esta ocasión, cuando su voto ya estaba emitido y se conocía la gravedad que comportaba el conjunto de equivocaciones cometidas -cuatro en quince votaciones-, es de suponer que, si la enfermedad era cierta, con el papel higiénico en la mano, salió corriendo para invalidar uno sólo de sus votos: el de la reforma laboral. La maniobra no dio resultado. Se ha puesto en cuestión, sin pudor alguno, a la institución representativa de los españoles. Un lío institucional por el papel higiénico. La trampa va a dirimirse en el Constitucional, donde le llamarán por su nombre.
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