Quienes moramos en la ciudad hemos perdido la humanidad. Hemos dejado de ver a nuestro alrededor y vivimos juntos, pero aislados. Si eran necesarios dos ejemplos para constatar estas aseveraciones, los hemos encontrado y nos han sobrecogido en Granada y París. En la ciudad andaluza, un ex concejal perdió la vida hace escasos días al ser agredido por un atracador en plena calle. La dureza de las imágenes no se limita al puñetazo que derribó al político granadino. Varios transeúntes caminaron junto al cuerpo tirado en la vía y no hicieron nada por auxiliar a José Miguel, que así se llamaba el fallecido.
René Robert, suizo, es el otro nombre que traigo a la palestra. Murió como un perro en las calles de París. Sufrió una caída accidental y permaneció nueve horas en el suelo, muriendo de frío, sin que nadie le prestara ayuda. El retratista de ilustres andaluces como Camarón de la Isla y Paco de Lucía fue confundido con un vagabundo, y dejado a la intemperie en la acera. Curiosamente, la única persona que avisó a los servicios de asistencia fue un sintecho. Ya era tarde. La prisa por llegar a casa cegó al resto de los transeúntes.
¿Cuántos de nosotros nos habríamos parado a auxiliar a una persona tirada en el suelo en plena ciudad? Esta pregunta retumba en la cabeza de uno de los amigos del fotógrafo suizo, cuestionando el estilo de vida individualista que impera en las grandes urbes. Vamos a lo nuestro, y sálvese quien pueda. La solidaridad no puede quedarse en la suscripción a una de las ONGs que nos asaltan en la vía, más por la insistencia e ímpetu juvenil de sus mediadores que por una verdadera convicción fraternal. Es tiempo de solidaridad, dijo recientemente el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, en referencia a la lucha contra la pandemia. Esa llamada solo se vio reflejada en la autoprotección. Es decir, el individuo solo se preocupó de su salvaguarda y la de su entorno más cercano. Y cada nación de proteger a sus conciudadanos, derrochando incluso antídotos, aunque en países cercanos carecieran de ellos. Lamentablemente, el yo filosófico, que ensalzaba al individuo, se ha transformado en ego.
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