La voz del que un día llamaban Karoli aún resuena con fuerza ya como padre Juan Carlos Mancebo, peinando canas y sin esa barba y melena que lució cuando recién se ordenó sacerdote, y a más de 6.000 kilómetros de Ruanda, donde pasó los primeros años de su ejercicio religioso. Ahora, más sosegado y alejado de las bombas que marcaron el genocidio, Juan Carlos recuerda en su parroquia del jerezano barrio de Picadueñas los años en los que estuvo de misionero en África junto a otros mercedarios. Sigue manteniendo esa ferviente misión evangelizadora, muy diferente a la de entonces, pero nada fácil en el Corpus Christi. Vivencias que estuvieron marcadas por un periodo convulso y conflictivo como fue la guerra de Ruanda en la década de los noventa.
Episodios que han sabido recoger a la perfección en Redentores de Cautivos, la película documental obra de Salvador Gutiérrez y José Antonio Capote, que vio la luz en 2018 y que recientemente ha sido galardonada con el Premio al Periodismo Social que otorga Cruz Roja. En ella se refleja cómo un puñado de misioneros mercedarios se dejaron la piel para asistir a más de 18.000 refugiados de Ruanda y Burundi. Un proyecto cuya escena inicial arranca dos años después de haber finalizado el intento de exterminio de los tutsis por parte del gobierno de los hutus en Ruanda. Elí Mushengezi, un niño de 13 años, escribe una carta al padre Juan Carlos, quien lo rescató de las matanzas. Además de este fraile mercedario, aparecen otros diez de la misma congregación que ayudaron a mitigar el sufrimiento de aquellos años en países como Ruanda, Burundi y Camerún.
Veinticinco años después de que comenzara el horror, Salvador y José Antonio consiguieron reunir en la provincia a estos redentores de cautivos. “Este proyecto comenzó a raíz de que el padre Juan Carlos me contase que estuvo en Ruanda y que guardaba las imágenes en una cámara de televisión antigua en Madrid. Al principio, no le di demasiada importancia, hasta que vi una foto que me impactó mucho. Juan Carlos me comentó que esas imágenes nunca habían visto la luz, y entonces pensé que teníamos un material tan potente que había que hacer algo con él”, explica Salvador.
Imágenes inéditas, testimonios en primera persona y una auténtica joya. “El diario del fraile José Esteve era desgarrador. Narraba todos los días lo que les estaba pasando en Ruanda, por ejemplo, son las 21.10 h; nos acaban de bombardear”, con todo eso Salvador y José Antonio realizaron un guion que tendría como resultado este documental. “Ha sido todo muy natural, sin ningún tipo de artificio, tan solo las voces de estos mercedarios”.
Fue complicado reunir a todos ellos. “Son personas mayores, y al principio pues pensarían y estos qué van a contar, qué querrán, pero lo conseguimos”. Cuando Salvador le contó a José Antonio la idea, este no lo dudó, “le dije inmediatamente que contara conmigo, y es que lo volvería a hacer con los ojos cerrados”. José Antonio describe el proyecto como uno de los más gratificantes de su vida, “de los más humanos. No te voy a mentir, mientras escuchaba las vivencias de los frailes, yo detrás de la cámara estaba también llorando”.
Hablar de la guerra no era nada fácil, “había entrevistas que duraban tres horas, recordaban, lloraban, nos emocionábamos, hacíamos una pausa y teníamos que continuar”.
Mercedarios que fueron de misioneros y se convirtieron en héroes. “Es que el padre Juan Carlos atravesó con su coche Ruanda para avisar a una familia de que su hijo no estaba muerto, poniendo en riesgo su vida. Y no sólo eso, a los frailes les dijeron que a 300 metros de donde estaban habían asesinado a 30 personas, y ellos fueron, cuando llegaron allí comenzaron a hacer fotos y gracias a eso salvaron la vida de un niño. El padre Juan Carlos vio que algo se movía, y el niño empezó a gritar que por favor no lo mataran, se había hecho pasar por muerto. Juan Carlos se quedó siete horas junto a él hasta que llegaron los sanitarios; su nombre era Donati Bonomana, que significa veo a Dios”.
Juan Carlos quedó impresionado con el resultado del documental, “hicieron un trabajo precioso”, y eso le hizo recordar una etapa muy enriquecedora de su vida, porque si volviese a nacer tiene muy claro que hubiera vuelto a ir a las misiones. “La presencia de Dios nos salvó en muchas ocasiones”, y aunque las últimas 48 horas antes de huir de Ruanda fueron muy complicadas, “jamás perdimos la esperanza”. Ahora inmerso en otra realidad, en un barrio humilde y de gente trabajadora, sigue de lleno con su camino evangelizador, porque esa siempre ha sido y será su verdadera vocación.
Salvador Gutiérrez tuvo claro desde el principio que este proyecto sería sin ánimo de lucro, pero es que además tenía que ser solidario. Por ese motivo, no contó con ninguna productora que le ayudase a distribuir la película, querían que fuese un trabajo en ruta abierta por todo el país en la que no se cobrase entrada pero sí la posibilidad de aportar un donativo que iría destinado íntegramente a a la obra ‘Educación y Libertad’que la Orden de la Merced desarrolla en la prisión de Sangmélima, en el sur de Camerún, con la ayuda higiénica, alimenticia y educativa a presos y familiares. La cinta que se ha proyectado en más de 40 ciudades ha conseguido recaudar más de 25.000 euros.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es