Si en su anterior libro citado, la escritora compostelana ya ahondaba en las simas de su existencia para devolvernos un feraz puñado de sentimientos encontrados, aquí y ahora enfrenta su íntima mirada al paisaje externo que convoca la inquietud de sus deshoras: “No puedo permitir que se me malinterprete una vez más”, anota en su poema inicial. Y desde esa voz cada vez más confiada, más rotunda, su discurso se articula en pos de una sabia ordenación de la conducta humana, que le permita hallar la absoluta esencia de su acontecer, de su luminosa identidad: “¿Cómo quedaría mi belleza de espiga/ tronzada y sangrante contra el cristal del parabrisas?”.
Con una visión de menor optimismo y de mayor mesura vital que en sus inicios poéticos, el decir de Yolanda Castaño incide en la necesidad de alcanzar un tono que no termine en su mismo mensaje (“Cuando hablé sólo contemplaron mis labios”), sino que sobrepase la conciencia del otro y pueda interpretar, a su vez, la estructura y sentido de la totalidad de lo real. A través de esta senda, su verso, que en ocasiones se aproxima al irracionalismo o a una simbología casi extrema, renombra e hipervalora el sentimiento, la fe de la razón misma, el subjetivo entusiasmo del ser: “Detrás de mi órbita se excitan los volantes./ Y acelero tan rápido/ como a este verso se le va la vida”.
El poemario avanza progresivamente hacia el hallazgo indispensable de un horizonte sanador donde la aventura verbal del yo poético se convierta en una aventura pretérita y de la propia conciencia presente. Así, el largo poema “Freak of nature (Bestia)”, -inserto en la primera parte del volumen-, se muestra como un diálogo con Pinoccio, en el que la mentira se torna protagonista de una inocencia que no fue tal, sino desasimiento de una infancia inquietante, despojamiento de un tiempo donde no cupieron los errores: “Pero cambiaría mi esperanza por otra mentira tuya que escociese más intenso”.
El segundo apartado, “Núcleo central”, aborda el duro fulgor de vivir enclavado en un imagen, en un rostro y un cuerpo que desprende bondades para el prójimo, y sin embargo, enciende la batalla contra sí mismo, contra la dependencia social del individuo: “Mi belleza que pronostica,/ que me eclipsa,/ que me traiciona (…) Mi belleza que me somete,/ que me hace criada de sí,/ la que me ata”.
Como coda, “Remordimiento y otros matices”, disecciona con penetrante delicadeza los oscuros habitáculos del alma y desvela el acabamiento que nos posee y nos signa: “Así es más fácil, eres/ carne mortal al fin y al cabo”.
Con tal apuesta, Yolanda Castaño confirma su sincero afán por dotar a su poesía de un creativo idealismo que enraíce a nuestro ser con la multiplicidad y libertad que convoca la palabra. Y que nos haga -como ella procura con su verso- más líricamente humanos.
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