La pandemia ha dejado al descubierto las costuras de un sistema público de atención a la enfermedad mental en Andalucía deficitario. En la comunidad, por cada 100.000 habitantes, se cuentan seis psiquiatras; en España, doce; 24 en la UE. Las diferencias en la proporción entre el número de psicólogos y la población es aún mayor: la media regional se sitúa ligeramente por encima de tres; la nacional alcanza los seis; en Europa, son 18. Dado que una de cada cuatro personas desarrollará algún tipo de trastorno, los números no salen.
El diagnóstico es clave. Tal y como apunta el directo de la Asociación de Familiares y Personas con Problemas de Salud Mental (Afemen), Blas García, hay al menos 300 posibles enfermedades. La intensidad, la frecuencia y la duración de los síntomas determinan el grado y la atención.
Lamentablemente, la mayoría de los usuarios del SAS que padecen depresión y ansiedad, los males más comunes, acabarán medicándose pero sin terapia. Un tratamiento terapéutico personalizado solo es posible para quien pueda pagarlo en la mayoría de los casos.
Las enfermedades más graves o aquellas que son incapacitantes son tratadas en las unidades de salud mental pero los recursos humanos, igualmente, son limitados, como se puso de manifiesto en el reciente debate parlamentario en el que el PSOE defendió una batería de propuestas para reforzar el servicio. El consejero de Salud, Jesús Aguirre, se comprometió a incrementar los recursos con la implementación de 40 equipos intensivos comunitarios integrados por 80 nuevos profesionales sanitarios (40 facultativos especialistas psiquiátricos o psicólogos clínicos y 40 enfermeros especialistas en salud mental); y la incorporación de otros 106 en las unidades de gestión clínica. En tercer lugar, garantizó “una mayor interacción con los movimientos asociativos y un incremento del 13% en las ayudas, con un total de 1,7 millones.
Blas García saluda estos anuncios, pero advierte de que hace falta un esfuerzo mayor por parte de la administración. “Vicente -señala al joven que le acompaña durante la entrevista- acude a la consulta del psiquiatra cada tres meses y dispone de un enfermero y una trabajadora social para el seguimiento en caso de que necesite ayuda, pero ¿qué pasa de lunes a domingo?”, pregunta. “Está aquí”, responde, en las instalaciones de Afemen.
“El convenio con el SAS es la vía de ingresos más estable que tenemos pero necesitamos que la subida del acuerdo económico sea significativo”, apunta, por su parte, Manuel Martínez. “Y no una subida correspondiente con el IPC”, advierte, porque “partimos en el furgón de cola” en la asistencia a las personas que padecen una enfermedad mental. “Tenemos que buscar fondos por todos lados”, admite, para ofrecer atención profesional y talleres al millar de usuarios que tienen en la provincia. “Nos gustaría tener a los monitores a jornada completa” o ampliar el programa de atención domiciliaria. No es posible y la labor del voluntariado hace frente más o menos a estas carencias.
Vicente, que acabó en urgencias hace algo más de veinte años y ha cumplido ya dos décadas medicándose, pide mayor sensibilidad porque la labor de entidades como Afemen, con presencia en trece localidades de la provincia, es fundamental, junto al de la familia, para sacudir etiquetas y, remarca, “emponderar” al afectado por una enfermedad mental. Los usuarios del centro de día de la entidad aprenden a cocinar, juegan al fútbol, adquieren habilidades informáticas, restauran muebles y trabajan la madera. Hasta se enamoran, como Vicente, quien se muestra feliz a punto de cumplir dos años de relación con una de las mujeres que también asiste al centro.
“La enfermedad no es un sustantivo, es un adjetivo”, sostiene Blas García. “Vicente -prosigue-, no es un enfermo mental, el diagnóstico no es una etiqueta, Vicente es un joven al que le gusta pintar, comer bien y salir a pasear con sus amigos”. La sensibilización, especialmente este domingo, Día Mundial de la Enfermedad Mental, es fundamental. “Sufren el estigma por miedos ancestrales que les tacha de personas débiles”, lamenta, y asegura que el silencio hace mella. “Como a un enfermo mental no se le pone la cara amarilla o le salen granos, pasa desapercibido si no sale del armario”. El ejemplo de Simon Biles o la publicación de dos libros de periodistas que han padecido depresión sirven para sensibilizar.
Pero Afemen también reclama una implicación por parte de los centros educativos. “llevamos dos años reivindicando la incorporación de un psicólogo a los equipos docentes, cuya labor también serviría para prevenir y la detección precoz de posibles trastornos. La administración, sin embargo, hace oídos sordos a esta petición.
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