Veredictos

Roberto Bolaño: imágenes, heridas

Sobre Putas asesinas (2001; Editorial Alfaguara, 2017), donde todo artificio acaba por excluir la realidad que lo hizo posible.

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  • Putas asesinas -

El relato “Últimos atardeceres en la tierra” se parte en dos antes de enfrentarse a sí mismo: “[B] lee a los poetas surrealistas y no entiende nada. Un hombre pacífico y solitario, al borde la muerte. Imágenes, heridas. Eso es lo único que ve. Y de hecho las imágenes poco a poco se van diluyendo, como el sol de poniente y sólo quedan las heridas”. El destino del apólogo “Vagabundo en Francia y Bélgica” es dejar constancia de su fracaso como forma de expresión: “Al llegar a su hotel se mira en un espejo. Espera ver un perro apaleado, pero lo que ve es a un tipo de mediana edad, más bien flaco, un poco sudoroso por la caminata, que busca, encuentra y esquiva sus ojos en una fracción de segundo”.

La obra de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 - Barcelona, 2003) sigue eludiendo definiciones: ¿realismo clásico, ciencia-ficción, parábola de la memoria o mera polémica? Todo eso y más: su estilo excede los límites mientras explora su propia paradoja: modelar una narrativa unificada que, de alguna manera, traicione la verdad de la existencia. La moraleja, si alguna hay en su última colección de cuentos publicada en vida, Putas asesinas (2001; Editorial Alfaguara, 2017), es tal vez ésta: todo artificio acaba por excluir la realidad que lo hizo posible.

La autoexploración es una empresa típicamente religiosa porque presupone que Dios nos vigila. El relato que da título a la selección explota y pone a prueba el potencial narrativo del monólogo: “Las mujeres son putas asesinas, Max, son monos ateridos de frío que contemplan el horizonte desde un árbol enfermo, son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando, indagando las palabras que nunca podrán decir”. Lejos quedan los tiempos en los que los narradores apelaban al Altísimo. Lejos los pecadores arrepentidos Lázaro de Tormes o Moll Flanders, que cuentan sus historias porque su religión así lo decreta. La heroína del relato de Bolaño escribe su interminable apología sabiendo que El Creador la ignora, mientras inspecciona la veracidad de lo que dice de sí misma.

Las múltiples perspectivas reflejan su sospechosa libertad. La división del conjunto promulga la aparente incompatibilidad de las diferentes necesidades. La versatilidad de “Dentista” es liberadora y desesperada. Otorga a su autor una especie de desarraigo que le permite ser fiel a sus ideas sobre sí mismo: “Dos merolicos más bien canallas, una veinteañera drogadicta, un coche inútil abandonado en la carretera que servía de casa a un tipo que leía un libro de Sade. Y todo en un cuento, dijo mi amigo”. “Fotos” expresa su inherente frustración y sentido de la fragmentación: las tramas se eluden, las líneas de narración se detienen (“Ojalá estén vivas, piensa, la mirada fija no en las fotos del libro sino en la línea del horizonte en donde los pájaros se mantienen en un equilibrio inestable”).

Reflexiones personales desplazan, a su vez, transcripciones del horror: “¿Se puede morir de tristeza? Sí, se puede morir de tristeza, se puede morir de hambre (aunque es doloroso), se puede morir incluso de spleen”. El cuento “Carnet de baile” convierte al analista en monitor secular de una charla sobre sí mismo. “Y mirábamos y mirábamos y las fachadas eran sin lugar a dudas las fachadas de otro tiempo (…) un tiempo silencioso y sin embargo móvil (Lihn lo veía moverse), un tiempo atroz que pervivía sin ninguna razón, sólo por inercia”. A la inicial sorpresa que provoca la lectura de “Encuentro con Enrique Lihn” sigue una gran consternación. Cómo clamar que la literatura ha muerto, cuando aquí sigue viva. Para qué nuevos géneros si se encuentran en éste. “Enrique Lihn” ha dado trabajo, desde su publicación, a conspicuos revisores en mil y un departamentos universitarios. Su forma, su composición es en sí misma una declaración de intenciones.

En definitiva, el giro auto-reflexivo en Putas es un artefacto, pero también estructura la trama, que lleva a su autor más allá de la división de sí mismo en relatos. Bolaño escribe cuentos donde reconcilia las diferentes historias de sí mismo. En beneficio de la narratividad, éstas han sido entrelazadas, de forma ordenada. El volumen que nos ocupa las contiene, las retiene. Putas relata la búsqueda polifónica de la identidad personal y política. Supone un tour de force de narraciones caleidoscópicas, una gran casa de papel con muchos habitantes, desgarros y argumentos, una obra desafiante y ambiciosa que rehízo y rehace la idea de ficción y sus usos.

En 2001 la cultura se agrietaba: vivíamos (vivimos) en una cultura de rápida fragmentación. Las razones de la vitalidad continuada del autor de Los detectives salvajes, ganadora del Premio Herralde en 1998 y el Premio Rómulo Gallegos en 1999, o la póstuma 2666, no son, sin embargo, sólo literarias. Escribe el chileno mientras vive una explosión de posibilidades contradictorias. Lo que fue (lo que es) extraordinario en Putas es el uso de múltiples personalidades que, en cierto sentido, pertenecen al mismo personaje: la narración en tercera persona que expresa sus pensamientos, que transcribe sus percepciones, que podríamos identificar con el escritor, que encuentra difícil transmitir la atmósfera de un tiempo que se ha ido.

 

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