Parece que fuera ayer cuando, en plena noche veraniega, me tumbaba en la cama junto a mi madre para ver desde la pequeña tele de su cuarto La Noche de los Castillos.
Ahí desconocía qué era el insomnio, y apenas poseía los agobios de un verano universitario, donde haces un año de escándalo, o nos vemos en el asalto de Septiembre. Recuerdo aquella agradable sensación de estar tapado por la fina sábana, mientras la ventana dejaba entrar un airecillo agradable en aquel silencio nocturno.
Estaba alegre, y no porque no dormía solo, sino porque estaba engullendo con la imaginación de un infante las aventuras de los concursantes en dicho programa. ¿Puede que sea por eso que me apasiona tanto la historia y el rol en vivo? No lo sé, pero lo que sí sé es lo mucho que gozaba viendo a aquellas personas disfrazadas de época medieval interpretando sus papeles, introduciendo en una curiosa historia a los equipos que llegaban primero con su todoterreno al castillo.
Recuerdo que, inocente de mí, me creía que las invitadas que hacían de princesas, las cuales debían de rescatarse como una de las pruebas finales, morían realmente si no la salvaban. No siempre ganaban los concursantes, a veces el “malo” también disfrutaba de su momento.
La verdad, en aquellos momentos de mi vida lo desconocía, pero era grandioso ver al gran Anthony Quinn solicitando ayuda para rescatar a sus hijas. Esta trama podría recordarnos a la típica del Super Mario, o del Zelda, un ser que te pide que rescates a su hija… Pero oye, ¡a mí me molaba!
La verdad es que la televisión de los noventa y la que tenemos ahora ha cambiado mucho. Los programas de este estilo se perdieron. Atrás quedaron programas como Humor Amarillo, La Oca, Grand Prix y el despampanante Uno para todas.
Ya no se hacen pruebas físicas, ahora nos encontramos con concursos artísticos y de convivencia. Gran Hermano por poner un ejemplo. El morbo y el talento es la moda de esta época de consumismo televisivo.
El inmortal Jordi Hurtado es el que parece aguantar por los siglos de los siglos con Saber y Ganar. La verdad es que programas como Lo sabe, no lo sabe o ¡Ahora caigo! no han demostrado todavía que han calado en los televidentes. ¿Alguien se acuerda del mítico programa ¿Quién quiere ser millonario? Los programas vienen y van, hasta que se hacen infinitos en La 2.
Es una pena que programas de interpretación como los que había antes se hayan perdido. No está mal echar el rato durante una hora, viendo como nos inducen en una trama histórica o fantástica, con pruebas a superar con audacia y esfuerzo; trabajando en equipo y mojándote de lo que te rodea.
Hubo un intento, Fort Boyard, de volvernos a meter nuevamente en esos estilos de programa con ambientación medieval… Pero triunfó solamente donde se creó, en la televisión francesa. Aquí en España la gente nuevamente miró para otro lado.
En fin, esperemos que siga pasando el tiempo, a ver qué nos encontramos latente en el 2020. Porque a día de hoy, para mi gusto, apaga y vámonos.
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