Sindéresis

El estruendo invisible

... vosotros no sabéis nada de ella. Porque no sabéis nada de nada.

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Se levanta temprano y saca a pasear perros que no son suyos mientras su perro se queda en casa de sus padres, una casa que, por más que quieras, no es suya. Siempre con prisa. Vuelve, se ducha rápido y marcha al bufete para arreglar gestiones y papeles que no son suyos.

Trata problemas que no son suyos y pelea dentro de su cabeza para encontrar mociones y enmiendas que no van a solucionar su vida, aunque sí, quizá, la de otros. Pero no siempre; de hecho, casi nunca.

Lucha hasta las tres de la tarde, con suerte, y vuelve corriendo a la casa de sus padres, con su padre y su madre y su perro pequeño, a hacer la comida y comer, y limpiar, y luego se marcha de nuevo porque le han pedido entrevistarse con ella para que contarle los problemas de un barrio que no es el suyo.

Se agarra a todo eso para no mirar el móvil, todo lo que no hay en el móvil, todo lo que no hay en el correo electrónico y todo lo que no hay en los perfiles de usuarios. Ese mundo pequeño y rectangular vibra en su bolsillo, porque allí dentro habitan demonios.

Luego va a pasar la noche con una abuela que no es su abuela, una madre que no es su madre. Se acuesta temprano bajo la luz, esta vez sí, del móvil, y navega sobre olas tontas que al menos aportan algún ruido. El ruido es bueno, el trabajo es bueno, los problemas de otros son buenos, porque cuando se acaban, se escucha un estruendo invisible.

El futuro que se aleja, el suelo que se quiebra, el cuerpo que pesa, el miedo doblando la esquina del cuarto, personas que se agarran a su sombra incluso cuando ya no hay sombras. Y aguanta. Aguanta. Aguanta.

Grita, protesta, abandona quince veces, pero, principalmente, aguanta.

La gente entra y sale de tiendas, desperdiciando un dinero con el que ella podría construir un palacio. La ciudad está empedrada de luces. Luces, factura de luz, luces, factura de luz, opulencia, hipocresía y frío para el que no tiene dinero para pagar la factura de la luz. Gente que gasta a espuertas un dinero que no tiene, dinero de plástico.

Esa gente que la odia o la ama o, en general, opina sobre cualquier cosa.

Corre para alejarse de ellos, de todos, de la opulencia, tiene prisa para huir de la prisa hacia el próximo encargo. Los juzgados, el funcionario con problemas, la impresora de un amigo para sacar las mociones de otros y estudiarlas, evaluarlas, rebatirlas.

Y pelear en definitiva. Aguanta, pelea, aguanta.

Deudas troceadas y medidas al milímetro que despacha como un karateka despacha los golpes de otros, en el último momento, casi sin aliento, sin permitirse apartar la mirada. Uno por uno. Uno detrás de otro. Y aguanta.

Eso son problemas, eso son golpes, eso es resistencia, eso es una mujer destrozando la mala hierba y, contra todo pronóstico, saliendo adelante. Y vosotros, pequeños y ruidosos porculeros hechos de arrobas y almohadillas, ¿venís a exigirle qué? ¿A recriminarle qué cosa?

Vosotros que os tenéis que disfrazar para parecer gente del pueblo, gente con problemas, vosotros que corréis tras las perneras de aquellos a los que escupís, vosotros que entráis y salís de las tiendas, bajo las opulentas luces, que dormís de un tirón, que solo os preocupan vuestras propias mierdas, que nunca sabréis lo que es vivir bajo el estruendo invisible y salir adelante, vosotros no sabéis nada de ella. Porque no sabéis nada de nada.

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