Sindéresis

La ley

Cuando eres niño, todo es miedo, y el miedo proviene del mismo lugar que el plato de comida y los juguetes.

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A algunos niños sus padres les prohíben decir palabrotas. Entonces no las dicen ni cuando están a solas, incluso a pesar de que las oyen decir a otros niños y comprueban que no sucede nada malo. No las dicen por miedo, seamos honestos. Cuando eres niño, todo es miedo, y el miedo proviene del mismo lugar que el plato de comida y los juguetes. Proviene del mismo lugar del que proviene tu propia vida. Estamos fabricados para respetar a Dios, aunque no creamos en él. Cuando eres niño, todo tu comportamiento se basa en una cuestión de fe, porque habrá muchas cosas que no comprendas y, de todos modos, limitarán tu vida con un poder insuperable.

Cuando eres niño, no existe algo parecido a la seguridad jurídica; a ti te dicen que no hagas algo, pero no sabes qué sucederá en caso de desobediencia y, de hecho, es posible que acabes castigado por alguna fechoría que no había sido descrita como tal en el momento de su comisión. Yo creo que, por eso, de algún modo, las personas acabamos dando un valor universal y mágico a la ley, como algo que tiene superpoderes y que te puede caer encima en cualquier momento.

Muchos niños se dan cuenta, antes de ser completamente condicionados por sus padres, de que estos van improvisando las normas a medida que surgen cosas, incluso aunque ponderen con la rotundidad de Jehová. Muchos niños se dan cuenta, antes que la culpa arraigue en ellos como un parásito al que nunca le ves la cara, de que el problema real no es traspasar esas leyes, porque las leyes en sí no existen, sino aquellas personas que quieren que las obedezcas; el problema es lo que te pueda pasar a partir de ese momento.

A mi juicio estos niños se dividirán en dos tipos de adultos: legisladores natos y delincuentes natos. Los delincuentes natos, por uno u otro motivo, acabaron conociendo el sistema, acabaron despojándolo de su valor místico, pero nunca llegaron a empatizar con sus padres, con Dios, con el miedo que era a la vez comida y juguetes. Los legisladores natos lo perdonaron todo al desarrollar una más amplia visión de conjunto y tuvieron la suficiente imaginación para entender cómo habría sido una vida carente de límites.
El legislador nato se ve a sí mismo como delincuente y como legislador, y por eso se transforma en una extraña mezcla de cínico y de optimista. El legislador nato sabe que el hombre es un lobo para el hombre, pero que antes fue un cachorro y un cachorro puede aprender a respetar a los suyos; más le vale a la manada.

El delincuente nato no tiene por qué cometer ningún delito en toda su vida; no se trata de eso. El delincuente nato no es coherente en su discurso; si algo le ayuda para llevar razón, lo usa, y si mañana le sirve lo contrario, pues también. No cree en la manada. Puede ser machista y feminista según la hora del día. No se ve ni desde fuera ni desde dentro y no da valor a la enseñanza. Si hablamos de estadística, creo que nueve de cada diez personas que llegan al poder son delincuentes natos y solo una se presenta ante los demás cargado de entereza, imaginación y capacidad de perdonar y de actuar de modo coherente.

Si hablamos de la cúpula de un partido político, imaginad lo difícil que estos legisladores natos lo tienen, rodeados de cínicos, trepas y manipuladores que piensan que algo solo puede ser malo si te pillan. Por eso no creo en lavar los trapos sucios en el vestuario, por eso no creo en la omertá. Por eso solo me fío de aquellos capaces de exponer las vergüenzas de su propio partido y por eso aquel partido que esté lleno de almas críticas es el único que realmente merece la pena.

Por eso debemos dejar de una puta vez de defender lo indefendible, todos.

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