Sindéresis

Pie en pared

El dinero puedo comprar cualquier cosa hasta el momento, así que alguien puede no entender por qué la maternidad subrogada no debería estar al menos regulada.

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Es muy difícil, cuando uno habla de gestación subrogada, no pensar que se está comprando a dos personas: la gestante y el bebé. También, cuando se habla de que no debemos dejar que el capital pueda comprarlo todo, se hace difícil no pensar en todas las otras cosas que ya compra y que son hasta cotidianas. Compra cuerpos hace tiempo; no hablo solo de prostitución.

Compra el cuerpo de una percebeira que se va a jugar la vida encaramada a una roca afilada mientras las olas intentan arrancarla o aplastarla. Compran el futuro de un chaval de los barrios bajos que ve en el boxeo una manera de hacer dinero y sacar a su familia de la chabola; golpe a golpe acabará olvidando el motivo por el que empezó, y quizá su nombre.

Compra sangre, efectivamente.

El dinero puedo comprar cualquier cosa hasta el momento, así que alguien puede no entender por qué la maternidad subrogada no debería estar al menos regulada, legislada de algún modo, como el aborto, para que no vayan a hacerlo de mala manera en malos lugares. También hay quien entiende que lo que aquí vemos es a una mujer siendo dueña de su cuerpo; como en el caso de la interrupción del embarazo.

Podemos seguir encontrando decenas de comparaciones y argumentos que al final nos separen, como con tantas otras cosas, el fútbol, la religión, la monarquía, la consulta, el cannabis, la tortilla con o sin cebolla, DC o Marvel. La lógica final de todo este ruido es la siguiente: ¿por qué la maternidad subrogada va a ser distinta de todos los otros modos de explotación neoliberal, si ya está todo en venta?

Veréis, a veces uno necesita un buen golpe para espabilarse y este golpe no es de los flojos: se están comprando vientres; se están vendiendo niños. Ya basta.

A lo mejor la gestación subrogada no es un caso único, pero es tan radicalmente ajeno a la lógica mamífera que podría espabilarnos y hacernos poner pie en pared, y, a partir de aquí, plantearlo todo. Pensemos al revés. Si como especie empática y mamífera que somos, si como sociedad avanzada, feminista y justa que queremos ser, no nos entra por las narices este asunto de los vientres de alquiler, digamos que no, joder. Y comencemos, a partir de aquí, a decir que no a más cosas. A decir que ya basta.

¿Por qué el dinero va a poder comprarlo todo? ¿Por qué no nos protegemos a nosotros mismos, nuestra dignidad, el puñetero fuego de la sabiduría humana, a través de las leyes y del convencimiento? No cedamos ni un paso más y, a partir de este, avancemos. Una persona no puede dejarse la salud en el trabajo para mantener a su familia por el solo hecho de que hay cuatro millones de pobres tras él si rechaza lo que le ofrecen. No se permite y punto. ¡Hubo que poner tacómetros en los camiones para que los camioneros no se mataran literalmente trabajando! Sigamos ese camino.
Nadie va a pelear un asalto más de lo que una resonancia magnética diga. Nadie va a agarrarse con temporal a una roca para coger percebes igual que no permitimos que nadie vaya en una moto sin llevar el casco. Cuando alguien baje a la mina lo hará con tanta seguridad como cuando alguien sale de la Moncloa.

No vamos a permitir que se incentive la pobreza, porque es la pobreza lo que abre las puertas de loa voluntad; no el dinero de los ricos sino la necesidad de los pobres. No hablemos de libertad de elección cuando se está expandiendo la brecha social para que no podamos decir que no a nada. Y no son pocos los que ansían que también los niños tengan la libertad de elegir sobre sus cuerpos. Por dinero. Solo hace falta que seamos lo bastante pobres.

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