Sindéresis

El político y la estatua

Hay que gobernar, pero hay que obedecer, y siempre aprender y mostrar respeto.

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Una de las primeras cosas que me chocó cuando entré en Podemos era la idea de que había que politizar a la gente. Supongo que a lo que se referían mis compañeros era a hacer conscientes a las personas de que tienen en sus manos el futuro y que lo deben ganar a través de la política y la acción social. El problema es que eso era algo que la gente pensaba hace 40 años, una idea que, a base de hartazgo, los propios políticos han ido quitándoles de la cabeza. Esto no es un concepto que se pueda restaurar a través de la palabra, sino del ejemplo. Además, esta expresión, politizar a la gente, lleva implícita una importante carga paternalista y la idea de que eres tú el que va a enseñar a los demás, que no vas a aprender de ellos. Y así, queridos míos, nos luce el pelo.

Cuando uno convoca una asamblea o lanza una idea al aire, o a las redes sociales, debe estar dispuesto a que le llegue cambiada, a veces deformada, a veces mejorada; en cualquier caso, impregnada de las buenas y las malas intenciones de los demás. Si uno está atento, y se deja, acabará enriquecido, acabará más sabio y acabará mejor politizado. Porque, al fin y al cabo, ni la realidad ni el sentido común caben en la más grande biblioteca de política y sociología. Y, al fin y al cabo, los políticos llevamos una intención deformante de base, que la gente no tiene, y es que queremos ganar; la gente quiere vivir mejor.

En estos días he participado en un enérgico debate sobre lo idóneo de quitar o no la estatua del Marqués de Varela como se aprobó en pleno. Hay gente que defiende la idea porque son contrarios al régimen de Franco o porque son fieles a la ley. Hay gente que está en contra de la idea porque son franquistas o porque consideran a Varela un ciudadano notable de la ciudad, que merece la estatua. Y estos dos tipos de personas son los que se han merendado el debate, yo incluido, y han hecho oídos sordos a una idea que también se ha barajado, y que sale del sentido común: ¿no se puede invertir ese dinero en otra cosa?

No digo que esta idea me haya convencido, pero me ha hecho pensar en lo que yo defiendo y en cómo lo defiendo: partiendo de la base de que tengo razón y que así se lo tengo que hacer ver a los demás. MEEEEEC! Error. La gente está diciendo algo y hay que escucharla. La gente está diciendo exactamente lo que escribe, aunque queramos ver una doble intención en ello. La gente está diciendo que emplear dinero en la retirada de esa estatua es un lujo y que no estamos para lujos.

¿Su presencia hiere los sentimientos de las personas cuyos familiares fueron fusilados, torturados o encerrados durante la guerra y la dictadura? Claro. No puedes convencer a las personas de que no se sientan heridos por la presencia de la estatua.

Pero muchos decimos que los privilegios de la clase política son una vergüenza, y más aún en tiempos de crisis. Muchos decimos que los gastos superfluos son una vergüenza, y más aún en tiempos de crisis. Muchos decimos que las principales partidas deberían ir enfocadas a políticas sociales y a acabar con la austeridad, a incentivar el tejido empresarial y el empleo.

Decimos que tenemos capacidad para gestionar las cuentas públicas con éxito y que, además, nuestro norte es el respeto por los derechos humanos, la democracia, la participación ciudadana y la transparencia en las cuentas públicas. Bien, pues con esas premisas, lo mínimo que deberíamos hacer, cuando la gente nos dice que no quiere que ahora nos gastemos dinero en según qué cosas, es tomar nota; y tomarlo en serio. Porque hay una verdad irrefutable con la que convive la gente, a los que algunos compañeros han dado por llamar clases populares, y a los que llamo el 99%, y esta verdad es que el dinero no se come, pero tampoco se estira. Hay que gobernar, pero hay que obedecer, y siempre aprender y mostrar respeto. Por mi parte, pido disculpas por mi soberbia y prometo escuchar con otros oídos, aunque sigo opinando que hay que aplicar la Ley de Memoria Histórica, porque las leyes están para cumplirlas.

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