Sindéresis

No lo sé, la verdad

Un alumno difícil es la mejor oportunidad para un maestro. Porque te dejó atrás en el mismo momento en que formuló la pregunta sin respuesta.

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No hay mejor profesor que quien admite los límites de sus conocimiento, que aquel que dice: «no lo sé, la verdad», cuando la pregunta le sobrepasa. Todo lo demás es enseñar en falso y crear un lecho de conocimiento que es blando, que es falso, sobre el que se acabarán cayendo los edificios. Más aún, admitir los propios límites del conocimiento crea puentes, permite el desarrollo de los demás y te pone al nivel del que nunca debiste salir; porque un profesor no es más que un alumno al que han cedido momentáneamente el control de la clase.

La soberbia, en cualquier caso, no es tan solo un efecto de la personalidad, sino que también es una autodefensa del estatus. He visto varias veces Viva Zapata, de Elia Kazan, con Marlon Brandon (haciendo de mexicano, sí, que el whitewashing no se inventó ayer). Al comienzo, Zapata hace unas reclamaciones inoportunas a un señor que está por encima de él en cuestión de estatus y este le acaba preguntando su nombre, para ponerlo en una lista negra. Al final de la película, es Zapata quien pregunta por un nombre.

El estatus se defiende, sobre todo, cuando no busca el conocimiento sino el sostenimiento, y esto crea censura y monstruos. Nada ha ayudado más a la causa negacionista que la imposibilidad de estudiar el Holocausto. La pregunta solo ofende al fascista cuando no hay una respuesta clara. Y si no la hay, el problema no es de quien pregunta.

Esto lo han sufrido los progresistas a lo largo de toda la historia. Cuando se daba por hecho que la homosexualidad era algo malo, alguien preguntaba por qué, y si le respondían que así lo decía Dios, preguntaba: «¿Qué Dios?». Y recibía mofa, escarnio y posiblemente castigo. El niño repelente y preguntón debe estar siempre frente a la intolerancia y al fascismo, frente al pensamiento único y conservador. Por eso ningún movimiento o pensamiento progresista debe ser homogéneo y hegemónico, porque la misma presión social de estos individuos que se creen en posesión de la verdad y del fuego de Prometeo expulsará de su lado y cobijo a los niños preguntones e incómodos que, si somos honestos con nosotros mismos, reconoceremos que fueron quienes en su momento hicieron las preguntas adecuadas.

Sucede con todo. Sucede con el análisis que hacemos de la violencia, sucede con el análisis que hacemos del comportamiento, sucede con el análisis que hacemos del feminismo, del independentismo, incluso de la inmigración. Si ya era malo clasificar a las personas según sus pensamientos, más aún lo es clasificarlos según sus dudas.

No es que de la duda se aprenda, es que te muestra los propios límites de tus conocimientos, y quien está tranquilo con lo que sabe, no se exalta ni enfada. Quien ha analizado agua de mar por sí mismo, no se exalta con quien le dice que en el mar no pueden sobrevivir las bacterias. El problema es cuando tejemos realidades para sostener nuestras afirmaciones y ya no sabemos distinguir lo que tejimos de lo que supimos a ciencia cierta. Y entonces, nuestra loable iniciativa avanza sobre un terreno blando en el que todos los edificios se caerán; porque la realidad está para cambiarla una vez conocida, no para negarla.

Porque en la oscuridad se esconde la oportunidad, el descubrimiento, la posibilidad, solo cuando acercamos una vela. Así que no le cortes las alas al niño preguntón cuando deberías estar midiendo las tuyas. Un alumno difícil es la mejor oportunidad para un maestro. 

Porque te dejó atrás en el mismo momento en que formuló la pregunta sin respuesta.

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