Sindéresis

Sé mi amigo

Tú eres el esclavo, el niño pequeño jugando a un juego de mayores que no es capaz de conseguir que nadie juegue con él.

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Sé mi amigo. Te doy cincuenta euros. Cógelos, tonto, que sé que te hacen falta; tienes hijos y tal. No es que valgas para otra cosa. Deja que te ponga mi brazo sobre los hombros y mi axila sudorosa cerca de la cara; no querrás que me duche para ser tu amigo; quien paga, manda.

Te voy a hablar de lo que me salga de los huevos; si me da igual que seas del Barça o del Madrid, imagínate lo que me va a importar contarte cosas que te importen una mierda; y me contarás las tuyas, no te quepa duda, tus cosas más íntimas; yo busco eso en un amigo. ¡Van a ser los cincuenta euros más fáciles que ganarás en tu vida! Detrás de mí hay cola. Hoy vas a tener muchos amigos, tantos que, cuando acabemos contigo, ya no sabrás ni quién eres. Pero, ¡ey, ese dinero no lo gano yo en una semana! ¿Que no te quedas ni la mitad de la mitad? Mira, no me cuentes tu vida; somos amigos, pero no tanto.

¿Qué estás pensando, que podría ser tu compañero de desventuras, solidario contigo, darte dinero solo porque te hace falta, sin obtener nada a cambio, para que puedas irte a casa a dormir y no tener que ser mi amigo durante media hora? No lo voy a hacer, ¿sabes por qué?

Porque eres un putero y no lo mereces. Porque cuando tú entras en la habitación donde esa mujer, que se ha lavado para ti, te ofrece la mejor de sus sonrisas, aunque lo sospechas (y si no, te lo cuento yo), ella está deseando que le dejes el dinero encima de la cama y te vayas. Como mucho, que le digas: «Sé que no te gusto. No voy a hacer que folles conmigo. Solo… descansa un poco. ¿Estás bien? ¿Tienes el pasaporte a mano o te lo han quitado? Está jodido lo de encontrar trabajo, ya. Oye, tengo un amigo que te puede buscar algo. No, no te preocupes; esta noche nadie más te va a poner la mano encima si no quieres. Esta noche corre de mi cuenta. Échate un rato a ver la tele, o sal con un amigo de verdad, limpia de pieles que no te quieren, que no quieres, tu piel limpia y seca, una noche en que podrás darte un abrazo sin que haya un cuerpo que no quieres ahí en medio».

Porque no le gustas, ¿sabes? Te lo voy a explicar otra vez. A ella le hace falta dinero y tú le pagas, pero no le gustas, no quiere follar contigo, dice que le gustas porque le pagas para hacerlo, pero… Pero no sé ni por qué te digo esto, si ya lo sabes. Es más, forma parte del aliciente, ¿verdad? Es más, ¿por qué tendrías que ayudarla, si entonces no estaría disponible para ti la próxima vez que te venga en gana? Está bien esto de que existan mujeres así de necesitadas. Merece la pena todo el machismo laboral y social de nuestra sociedad solo para conseguir tener a unos cuantos miles de estas mujeres disponibles por un poco de dinero. ¡Qué coño! Merece la pena tener países arruinados en Europa del Este y en África, y merece la pena estar costeando la vida de chulos violentos con los que no querrías que tu hija compartiese ni el aire de una playa, solo para tenerlas allí, disponibles.

No se trata de esa mujer, ¿verdad? Se trata de la mujer en sí. Se trata de que eres tan mierda que para sentirte algo te tienes que sentir parte de la mitad del planeta que es capaz de someter a la otra mitad por cincuenta, treinta o quince euros. ¡Enhorabuena, campeón, formas parte de un selecto grupo de 3.500 millones de cabrones tan feos, desesperados y lamentables que todavía no han entendido una mierda! Porque, ¿sabes cuál es el secreto de este asunto, por qué funciona este infierno de esclavitud sexual y ojos vendados?

Tú eres el esclavo, el niño pequeño jugando a un juego de mayores que no es capaz de conseguir que nadie juegue con él. Tú eres el mendigo.

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