Sindéresis

Una cuestión de mayorías

Y también dice que, en tiempos difíciles, solo los héroes piensan voluntariamente en los débiles.

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Hay una cara b no muy bonita en el asunto de las mayorías y es que, sin una ley y un sistema que las ampare, nadie se ocupa de las minorías. Por eso estoy convencido de que la democracia no debe ser solo la posibilidad de votar cualquier cosa, sino un conjunto de derechos, libertades y, sobre todo, garantías que, una vez establecidas y puestas en marcha, obliguen al ejecutivo y a la sociedad a, precisamente, no poder votar cualquier cosa.

Sé que de entrada mi discurso puede parecer chocante y antidemocrático, pero en situaciones de peligro y zozobra, no existen muchas personas capaces de mantener la calma y recordar los principios rectores de una sociedad sumisa a los Derechos Humanos, e incluso estos han sido sometidos en algunos de sus artículos al poder del consenso, en detrimento de los más débiles. No olvidemos que, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la edad mínima para contraer matrimonio es la edad núbil; es decir, cuando un niño o, lo que es más común, una niña, está biológicamente preparada para reproducirse.

Pero si volvemos al tema de las mayorías, algunos ejemplos espero que ayuden a entender mi razonamiento. Un gremio fuerte, un sector laboral fuerte, unido y con centros de trabajo poblados por miles de trabajadores, es capaz de torcer voluntades y alcanzar una fuerza negociadora que los lleve a convenios laborales justos. Y eso está bien. Pero esto no debería depender de la capacidad de ejercer fuerza, sino de la propia justicia de la reclamación, porque los sectores que no son capaces de paralizar la producción, los que están separados en pequeños puestos de trabajo, los que no tienen fuerza, no tienen derechos. Entonces, hemos aceptado crear una sociedad en que gana el más fuerte. Hemos hecho astillas la tabla redonda para calentar los pies de los que son capaces de sentarse delante.

Hay sectores de la sociedad que no tienen fuerza porque, directamente, les ha sido robada la salud, nunca la tuvieron, o son legalmente invisibles y no pueden ejercerla. Hablo de enfermos mentales, hablo de niños, hablo de personas que no gozan de la simpatía social y, como no tienen capacidad de protestar y mover el voto, para los legisladores y para el poder ejecutivo, no existen. Hablo de militares que vuelven enfermos de destinos donde se niega sistemáticamente que esté ubicado el origen de sus males. Hablo de autocultivadores de cannabis, contra los que hay una campaña de desprestigio social que no está basada en argumentos científicos. Hablo de los que no tienen fuerza.

¿Esta sociedad protege a los que no tienen fuerza o se pliega ante quienes la tienen? ¿Os imagináis una manifestación de escritores que reclamen al Gobierno que articule la obligación de que las editoriales justifiquen con facturas reales sus liquidaciones? En principio no dan mucho miedo. ¿Alguien tiene idea de dónde pueden poner los trabajadores de hostelería, en una huelga general, los piquetes informativos para asegurarse de que aquellos que han sido contratados para reemplazarlos sepan de qué va la cosa, la importancia de su lucha? En España hay muchos bares.

Por último, observando una sociedad en la que todos los estudios sociológicos apuntan a que la mayoría de las personas, en caso de tener la posibilidad de ejercer el despotismo, efectivamente lo ejercen, ¿os imagináis que se sometiese a votación anular los derechos de una minoría odiada por todos? ¿Sabéis cuál sería el resultado? Ese, claro. Y ¿creéis que es difícil crear un odio artificial hacia una minoría? La historia dice que no.

Y también dice que, en tiempos difíciles, solo los héroes piensan voluntariamente en los débiles.

¿Conoces muchos héroes cuando la ciudad se apaga por la noche?

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