Sindéresis

Que vayan en paz

Por cada insulto a un homosexual, pido una apostasía de un no creyente y una queja pública de un católico.

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Hay un tipo de católico al que se está ofendiendo mucho últimamente, y que no entiende por qué. Son ataques traicioneros por el flanco que lo dejan sin habla ni presencia de ánimo; percibe que los que creía sus amigos, aunque no creyentes, se revuelven como alimañas, ofenden sus sentimientos religiosos y mancillan sus ídolos, sus santos, sus devociones.

A los no creyentes les pido que reflexionen y tengan en cuenta que sus amigos creyentes, pero tolerantes, llevan un doble sufrimiento. Uno, cuando su fe es deshonrada, en abierto. Otro, cuando su fe deshonra, en silencio (quizá por eso es difícil distinguirlos).

Los católicos tolerantes ciertamente son difíciles de localizar. Ellos tienen amigos homosexuales, amigos negros, amigos transexuales y amigos comunistas; generalmente su agenda de amistades es un todo un crisol de minorías; puedo asegurar que tienen más amigos que yo. El problema es que solo te enteras de esto cuando alguien ofende su religión, no cuando su religión ofende a un comunista, un transexual, un negro o un homosexual.

Son personas muy válidas desde un punto de vista social porque aportan mucho a los debates, sobre todo a través del muestreo de contradicciones. Por ejemplo, si alguien hace un chiste sobre Dios, Cristo o la Virgen, suelen acudir con rapidez a resaltar la siguiente contradicción: «Con Alá seguro que no te metes». (Entiendo a quien le den ganas de responderles: «Si yo fuera Pablo Escobar tampoco te habrías metido en esta charla», pero, ante todo, seamos tolerantes con ellos, que sufren mucho). Cuando uno de los ministros de Dios le niega a un transexual ser padrino en un bautizo (de casarnos ni hablamos), imagino a estos católicos tolerantes con su perfil de Facebook o de Twiter abierto, durante varios días, torturados, mientras piensan: «¿Digo algo o no lo digo? ¿Digo algo o no lo digo?». Tal es su turbación que al final suelen no decir nada.

Y seré justo: hay algunos que lo hacen. Hay algunos católicos que se mojan, que no defienden lo indefendible, que se rebelan contra la intolerancia eclesiástica y que, si hace falta, se arriesgan a una excomunión; y en ocasiones son excomulgados. Un saludo a Martínez Ares.

Aquí me gustaría pararme un momento para tener unas palabras hacia esos que no son creyentes y señalan con rabia la intolerancia eclesiástica, que tanto dolor provoca (dolor real, no ideológico; dolor en forma de humillaciones, palizas y suicidios): bravo. Solo os queda un paso para seguir siendo coherentes, ya que el 99% de vosotros está bautizado. Se llama apostasía, y si empleaseis en conseguirla una mínima parte del tiempo que empleáis en criticar a la Iglesia a través de redes sociales, estoy convencido de que España no podría ser considerada una nación con mayoría católica, ni musulmana, ni de nada.

Por cada insulto a un homosexual, pido una apostasía de un no creyente y una queja pública de un católico; por cada insinuación de que los niños víctimas de abusos son los que provocan a los pedófilos; por cada día que la Iglesia siga siendo una confesión machista hasta el tuétano.

Una apostasía y una queja pública. Y un abrazo de amigos. Y que en Roma se enteren de que la tolerancia nunca ha matado a nadie, pero ellos sí, que hay millones de buenas personas que no deberían avergonzarse de su cruz de madera al cuello, por culpa de la cruz de oro con la que ellos adornen los doseles de sus camas, y que los Carnavales era viejos cuando ellos aún pescaban; que la gente sabe distinguir la risa de la doctrina. Y que vayan en paz, joder.

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